Contra los mandatos, se animó a perseguir el sueño de vivir en un campo. Y criar a sus hijas de una forma completamente diferente.
Con auto, casa propia en un barrio cerrado de las afueras de Luján, tres hijas “adorables” -según palabras del entorno- y una vida con todos los “logros” que se esperan para la década que el matrimonio estaba transitando, podían afirmar que estaban “al día” con respecto a lo que los mandatos sociales suponían que debían hacer. “En nuestras reuniones sociales enarbolábamos todas esas banderas. Pero yo observaba entre mis pares -y en esto me incluyo- que si bien trabajábamos en cargos redituables, estábamos todos realmente muy alejados de lo que verdaderamente era nuestra pasión y eso empezaba a hacer cada vez más ruido en mis pensamientos”.
La vida es para hacer lo que a uno le gusta, trabajar de lo que a uno le apasiona, lo que lo hace vibrar, se repetía una y otra vez Tomás Pettigrew (40). Criado desde pequeño en contacto con el campo, había estudiado Agronomía. Al finalizar su formación, allá por 2009, una tarde se vio subido a una camioneta vendiendo todo tipo de agroquímicos. La universidad le había enseñado a conocer al detalle todas esas fórmulas químicas, que “mágicamente resuelven todos los problemas que pueda tener un productor agrícola”, sus beneficios, sus modos de acción, y todos los demás pormenores. Aunque en su interior, sabía que ese no era el camino que quería para el resto de su vida. “Mientras, mis ojos seguían enfocándose en las vacas. Y había que formar una familia, tener hijos, concretar el sueño de la casa por construir -porque llega un momento de la vida, en que hay que tener casa-.”
Pasaron los años. Junto a su esposa, Dolores Perissé, a quien había conocido en su infancia en San Isidro, cumplió con el deber ser. Y ya entrado en la cuarta década, por ese entonces su vida giraba alrededor de su trabajo como asesor técnico agrícola. Recorría campos de soja, trigo o maíz y dispensaba recetas para controlar las adversidades que pueden tener los cultivos agrícolas. “Siempre había sido un apasionado por la ganadería, pero me había sido difícil insertarme en esa actividad que tanto me gustaba. Me la pasaba leyendo y hablando de vacas, pero las oportunidades siempre salían para el lado de la agricultura y el control de la siempre difícil sanidad de los cultivos”.
Pasaron los años. Junto a su esposa, Dolores Perissé, a quien había conocido en su infancia en San Isidro, cumplió con el deber ser. Y ya entrado en la cuarta década, por ese entonces su vida giraba alrededor de su trabajo como asesor técnico agrícola. Recorría campos de soja, trigo o maíz y dispensaba recetas para controlar las adversidades que pueden tener los cultivos agrícolas. “Siempre había sido un apasionado por la ganadería, pero me había sido difícil insertarme en esa actividad que tanto me gustaba. Me la pasaba leyendo y hablando de vacas, pero las oportunidades siempre salían para el lado de la agricultura y el control de la siempre difícil sanidad de los cultivos”.
“¿Vendiste tu casa? Estás loco”
Con emoción, y una sensación agridulce de dejar las cosas amadas, tuvieron que decirle hasta pronto a los afectos y un cheque mensual de su ahora antiguo trabajo. La mudanza fue todo un desafío. La casa a la que se trasladaron estaba deshabitada hacía ya varios años, corría el mes de junio y el invierno se hacía notar en cada paso que daban. “Cuando comunicamos nuestra decisión a nuestros pares, familiares y entorno, nos dijeron que estábamos locos. No podían entender lo que habíamos hecho. ¿Vendiste tu casa?, me preguntaban incrédulos. Lo que hicimos fue romper preceptos establecidos por la sociedad en la que estamos inmersos: vender la casa, sacar a nuestras hijas del colegio privado al que iban y anotarlas en una escuelita rural perdida en el medio del campo. También dejamos un trabajo redituable para ir a un campo a hacer un proyecto de pastoreo racional y dejamos de andar en camioneta a arrancar el día subido a un tractor a las 7 de la mañana con tres grados bajo cero”.
Y ese fue solo el primer paso. Tomás reconoce que en las afueras de Luján, vivían casi al día y de forma opulenta. Al vender la propiedad y reducir los costos de vida al mínimo, también comenzaron a apreciar lo simple y contar con dinero para realizar una serie de inversiones en diferentes rubros (en ganadería, por supuesto, pero también en otro tipo de activos). “Algo en lo que estamos convencidos con mi mujer, es que cuando uno decide realizar un cambio radical, y le pone el empeño que corresponde, el mundo se encarga de hacer el resto. Las oportunidades aparecen, conocés gente nueva. Ese cambio trae otros que no sabías que podían aparecer, y es todo ganancia en vivencias y aprendizaje. Mi mujer es una compañera de fierro, y una ávida entusiasta para todo lo que emprendemos. Me ayuda mucho en el campo, y aporta ideas y mejoras permanentemente, es una mujer de gran inteligencia práctica. Aparte es una experta en criptoactivos: asesora y ayuda en ese difícil mundo”.
Crianza en el campo y la clave del éxito
La vida cambió sustancialmente y la disfrutan. Se levantan a las 6 de la mañana. Tomás inicia el día recorriendo la parcela en donde se encuentran las vacas y se ocupa de sus cuidados. En cuanto finaliza con esa tarea, vuelve a la casa a desayunar mientras sus hijas se preparan para ir a la escuela. Las lleva y a su regreso, confecciona la o las parcelas que serán necesarias pastorear a lo largo del día y de acuerdo al momento del año, y el estado del pasto y los animales. “Este trabajo depende permanentemente de tomar buenas decisiones en cuanto al manejo del pasto, por eso se dice que es racional, porque requiere justamente del raciocinio y el conocimiento del pastor para gestionar. Si se hace bien, muy rápidamente se empiezan a ver las mejoras en la producción, y la ganancia de peso de los animales, que gozan de un gran bienestar, siempre comiendo pasto de calidad, y con el agua de bebida en la misma parcela, no a miles de metros como ocurre en muchos campos ganaderos del país”.
En cuanto a la educación de sus hijas, asegura que la decisión fue absolutamente positiva. Cambiaron el colegio privado de doble escolaridad, por una escuela rural. “Ahora el inglés se los enseñamos en casa y estamos muy pendientes de que nuestras hijas accedan a todas las oportunidades que tuvimos nosotros. Y mientras tanto compartimos tiempo de calidad con ellas todos los días”.
Tomás afirma que el éxito más grande es poder estar criando a su familia en este entorno sano y feliz, pero también tener la posibilidad de trabajar en lo que lo apasiona. “Creo que eso es clave, la felicidad de todos los días de salir y encontrarme en el lugar donde quiero estar, haciendo lo que quiero hacer. A menudo la palabra éxito esta desvirtuada, y solo se circunscribe a tener un gran trabajo y un gran cheque a fin de mes. Nosotros estamos en el medio del campo, extrañando a los que dejamos medio lejos, en 20 hectáreas y vemos crecer felices a nuestras hijas. Para nosotros, sin ninguna duda, eso es ser exitosos”.
Fuente: .lanacion.com.ar