Carlos Peña es rector de la Universidad Diego Portales y un columnista sumamente leído, respetado y –era que no- resistido. Autor prolífico, sus libros más recientes son Ideas periódicas. Introducción a la sociedad de hoy (Ed. El Mercurio); Pensar el malestar (Taurus) y El desafío constitucional (Taurus). En esta entrevista, habla sobre los primeros dos meses de la Convención Constituyente, en la que observa señales de desmesura y desvarío. También critica el discurso identitario y advierte sobre el germen del autoritarismo.
-¿Cómo ves hasta ahora el debate que se ha dado entre los constituyentes? ¿Te ha sorprendido o decepcionado?
-Lo que más me ha llamado la atención de estas primeras semanas de la Convención, ha sido el énfasis que muchos de sus miembros han puesto en lo que pudiéramos llamar la política de la identidad. Como todos seguramente recuerdan, uno de los momentos celebratorios de la convención consistió en poner una multitud de banderas a la entrada del Congreso, en una muestra flagrante de la manera en que una buena porción de sus miembros se conciben a si mismos: como minorías invisibilizadas o maltratadas o históricamente excluidas que, por fin, logran comparecer en el espacio público.
-¿Qué tan relevante es esa cualidad?
-Es difícil exagerar la importancia de este hecho. La idea que la sociedad chilena es la suma de identidades diversas, con demandas también diversas, con territorios particulares es lo más llamativo de lo que hasta ahora ha ocurrido en la Convención: el tránsito de una política ciudadana en la que todos reconocen el mismo origen, a una política de la identidad donde cada grupo reclama uno distinto. Ese rasgo identitario es el que explica que muchos grupos que están allí representados hayan adoptado una actitud más expresiva de lo que son o creen ser, que una disposición al diálogo.
-En tu columna del 3 de septiembre en El Mercurio adviertes el peligro que subyace en cierta forma de razonamiento de la convención. ¿Crees que hay allí un germen de autoritarismo?
-Bueno, la creencia que hay bienes que deben ser perseguidos a ultranza a costa de otros bienes, descuidando el hecho que las sociedades abiertas suponen el esfuerzo por compatibilizar o conciliar bienes que a veces parecen opuestos y hasta rivales entre sí, es casi siempre un germen autoritario. Pretender que el deber del estado de impartir educación pública desaloje el derecho de las familias a transmitir a las nuevas generaciones sus creencias o su propio discernimiento del bien, conduce, desde luego, a una forma de autoritarismo. Es sorprendente que una convención que, como acabamos de ver, reivindica las identidades culturales y solicita se preserven, se niegue, sin embargo, a que los diversos grupos puedan transmitir sus valores mediante el sistema escolar. Esto último una sociedad abierta debe permitirlo, resguardando, por supuesto, contenidos comunes mínimos.
-A propósito de la libertad de enseñanza, comparas el razonamiento de los convencionales con el discurso economicista que ellos mismos critican. ¿Qué expresa esa contradicción?
-Bueno, esa contradicción indica falta de reflexión. Creer que en el diseño de las instituciones políticas hay que razonar estableciendo escalas de prioridades -donde una prioridad debe desalojar a la otra- es un severo error. Eso es propio de las políticas públicas; pero no es propio de una política democrática que debe discernir o deliberar cómo maximizar muchos bienes al mismo tiempo. Esto que parece abstracto, es lo que hacen las cortes constitucionales en todo el mundo cuando razonan. El desafío que enfrenta la racionalidad política es cómo perseguir varios bienes a la vez: la propiedad privada con la solidaridad; la libertad personal con la seguridad y el orden; el derecho de los padres a escoger la educación de sus hijos con el deber del estado de proveer educación pública, etcétera. No se trata de optar por uno de esos bienes, el desafío es compatibilizarlos todos.
-El apoyo a la Convención, según las encuestas, ha ido bajando drásticamente. ¿Qué señales preocupantes observas?
-Es probable que lo que decía denantes esté influyendo en esa baja. Ha habido hasta ahora en la convención una primacía de las identidades y una política más expresiva que reflexiva. Se suma a ello la idea de los propios convencionistas acerca de su labor -que consistiría en refundar Chile, como algunos gustan decir- que los hace aparecer como desmedidos, con una idea desmesurada acerca de lo que son y los deberes que poseen.
-Carmen Gloria Valladares, del Tricel, criticó que los convencionales hayan subido los montos para asignaciones, porque era una idea que iba en contra de la austeridad del servicio público. Pasaron de $1,5 millón a $4 millones. ¿Te parece que es un signo revelador o se ha hecho una polémica de nada?
-No, eso quizá sea injusto. La Convención necesita recursos para ampliar el diálogo y contar con buenas asesorías. Solo hay que cuidar que exista una rigurosa rendición de cuentas de esos recursos. Para la labor que ejecutan, el monto que han solicitado -que no es remuneración, sino gastos para los apoyos que requieren- sigue siendo razonable.
-En términos simbólicos y como señal política, ¿qué te dice el auge y caída desastrosa de la Lista del Pueblo?
-La Lista del Pueblo es, en algún sentido, análoga a lo que ocurrió durante el movimiento del 18 de octubre del 2019 y especialmente en los primeros días: una suma o agregado de demandas de diversa índole, sin orgánica, sin programa, expuesto a liderazgos puramente audaces. La idea que basta el entusiasmo y la ejecución de actos expresivos -la tía Pikachú, el dinosaurio, las identidades múltiples- para constituir al pueblo o ampliar la participación democrática simplemente es falsa.
-Gabriel Salazar dijo que la convención se enfrenta a un callejón sin salida. ¿Piensas que la asamblea constituyente puede fracasar? ¿Por qué?
-Creo que esa opinión de Gabriel Salazar debe ser examinada desde el punto de vista más general que asoma en su trabajo intelectual. Al parecer él piensa -así lo expone una y otra vez- que en la historia subyace un sujeto -el pueblo- que está llamado a ejercer la soberanía. Esa es una tesis normativa propia de la democracia; pero el problema que yo veo es que él la plantea como una tesis historiográfica: la historia sería, entre otras cosas, el esfuerzo del pueblo, ese sujeto colectivo, por tomar las riendas de su propio destino. Por debajo del acontecer que llamamos historia, habría un hilo -el pueblo intentando liberarse- que la unifica. Desde ese punto de vista, si lo entiendo bien, la Convención constitucional no estaría a la altura de la trayectoria histórica que ese sujeto -el pueblo, un verdadero sujeto trascendental- estaría llamado a tener. El pueblo así concebido estaría fuera de la Convención, obviamente, y de ahí entonces que Gabriel Salazar plantea que si no se abre a lo que está fuera entrará en un callejón sin salida
-¿Qué piensas de ese punto de vista?
-A mí me parece que hipostasiar al pueblo a ese extremo viendo la historia política como el esfuerzo de ese sujeto colectivo por tomar las riendas del acontecer, es demasiado general y es más bien una discutible tesis de filosofía de la historia. Pero son los historiadores los que debieran decir si esa forma de concebir la historia es correcta o fecunda. A mí me parece que al margen del espléndido trabajo de G. Salazar, ese punto de vista general que él sostiene es erróneo.
-¿Cómo evalúas el liderazgo de la presidenta, Elisa Loncón?
-A mí me parece que la presidenta Loncón concibe su posición institucional de manera identitaria -poniendo siempre por delante las demandas de su pueblo- más que como una posición imparcial y equilibrada que es lo que se requiere para conducir la deliberación constitucional. Pienso, como lo he dicho otras veces, que ello la lleva a dar por zanjada una discusión, como la relativa a los derechos colectivos de los pueblos originarios, que no se ha llevado adelante. Creo, como ella, que los pueblos originarios tienen derecho al reconocimiento; pero pienso que para que eso esté dotado de legitimidad requiere una deliberación colectiva que está pendiente y su deber no es suponer que ya se resolvió, sino impulsarla.
-Ella se ha enfrentado a la prensa y otros convencionales también. De hecho Ascanio Cavallo dijo a Ex-Ante que había maltrato hacia los periodistas. ¿Estás de acuerdo?
-Y sí, tal como Ascanio Cavallo lo ha dicho, hay una cierta alergia a la prensa en algunos integrantes de la Convención cuya fuente debe ser, sin duda, la idea que la prensa está manipulada o que sirve intereses oscuros, ese tipo de prejuicios que se extienden en las redes y que, desgraciadamente, de pronto, se han transformado sin más en argumentos o en razones.
Fuente: ex-ante.com