Roy Moore, alias La Roca, es un espejo donde el establishment conservador no quiere verse reflejado. Su caso contiene demasiadas espinas. Abuso, sexo, menores. Una bomba que enloda a quien lo toca. Y del que quedan pocas dudas. El fiscal general, Jeff Sessions, ha dado por buenos los testimonios; el líder republicano en el Senado, Mitch McConnell, ha exigido públicamente que el icono ultraderechista se retire de la contienda electoral (“creo en la mujer”, ha sentenciado), y el propio presidente del comité republicano en la Cámara Alta ha amenazado con expulsarle si resulta elegido, algo que no sucede desde hace 150 años. Raras veces se ha visto tanta unanimidad en la condena. Pero nada de ello ha servido. Moore sigue en campaña.
Procedente de las cavernas del fundamentalismo cristiano, el magistrado es bien conocido en el universo extremista. Durante años se ha situado en los márgenes, hostigado a los moderados y proclamado una fe ciega en el Señor. Como presidente de la Corte Suprema de Alabama prefirió renunciar al cargo antes que retirar el monumento de 2.400 kilos de granito dedicado a los Diez Mandamientos que presidía su sala de vistas. Lo mismo ocurrió en 2016 cuando ya reincorporado, el Supremo le tuvo que expulsar por negarse a aceptar los matrimonios homosexuales.
Con este bagaje, su salto a la política en septiembre pasado hizo temblar al establishment de Washington. Los grandes estrategas republicanos le repudiaron y el mismo Trump apostó en las primarias por su rival, el más comedido fiscal Luther Strange. Pero La Roca no se quedó solo. Apoyado por agitadores como Steve Bannon y Sarah Palin, siguió adelante y ganó.
Fue entonces cuando surgió el escándalo. Una investigación de The Washington Post sacó a la luz que en 1979, cuando Moore tenía 32 años, había mantenido relaciones sexuales con una chica de 14. Una conducta que las leyes de Alabama penan como abuso sexual y que con agravantes puede acarrear hasta 10 años de cárcel. De poco valió que afloraran más casos y que se aventara su pasado como merodeador de menores en los centros comerciales. El candidato se aferró a su biblia, se abrazó a su esposa y se rodeó de predicadores. No pensaba retirarse. Todo era mentira. O como señaló su amigo, el auditor estatal de Alabama, Jim Ziegler: “No hay nada aquí. María era una adolescente y José un carpintero. Y fueron los padres de Jesús”.
Junto al fervor bases locales, Moore tiene de su lado las encuestas. Alabama es un estado esencialmente conservador. En las pasadas elecciones, ganadas por el ahora fiscal general, Jeff Sessions, los republicanos obtuvieron 28 puntos de diferencia sobre los demócratas. Bajo estas condiciones, es difícil, según los expertos, que los demócratas puedan torcerle el brazo. La última baza, a menos de un mes de los comicios, era que el presidente diese el golpe y públicamente le exigiese la salida.
Y ha ocurrido justamente lo contrario. Hoy, antes de tomar el helicóptero para ir a Florida, el presidente se dirigió a los periodistas. “Una cosa puedo decir: no necesitamos un liberal, un demócrata ahí. Él niega las acusaciones, asegura que nunca ocurrió. Y hay que escucharle”. Sus palabras fueron entendidas como un respaldo a Moore y se atribuyeron al miedo a perder una posición clave en el Senado, donde la mayoría republicana es exigua (52 escaños contra 48), pero también a una razón más oscura.
A lo largo de 30 años, al menos 24 mujeres le han acusado de conducta sexual impropia. Por diferentes motivos, ninguna imputación ha prosperado, pero el carrusel de escenas descritas por las denunciantes ha incluido tocamientos en vuelo, irrupciones en vestuarios e intentos de violación. “Yo empiezo besándolas… Ni siquiera espero. Y cuando eres una estrella, entonces te dejan hacer. Agárralas por el coño. Puedes hacer lo que quieras”, se le oyó decir en una grabación oculta de 2005 destapada en plena campaña electoral. Ante este tipo de denuncias, Trump cierra filas. Hoy lo volvió a hacer.
La información es de: El País