“Nuestra Señora de París” es la madre de las catedrales góticas y un monumento de talla mundial. En 1991 fue declarada patrimonio de la humanidad por la UNESCO.
Tras el incendio de la catedral de Notre Dame, París está conmocionada. Situada en un punto neurálgico de la ciudad, este simbólico edificio ocupa un lugar privilegiado entre ambas orillas del Sena. Desde el kilometro cero situado en sus patios, se miden las distancias de las carreteras francesas. Y su imponente silueta, marcada por el coro y los contrafuertes, es una imagen inolvidable tanto para parisinos como para turistas.
Innovación y elegencia
Esta sublime construcción del gótico primigenio fue levantada sobre un antiguo templo romano. El obispo Maurice de Sully eligió este lugar para erigir un símbolo del cristianismo. Una vez terminado el coro (1182), pasaron más de 30 años hasta que se terminó la nave central y la fachada oeste con sus torres y su rosetón (1225). A partir de entonces, se consagró como lugar de culto incluso antes de haber terminado la obra.
Kilometro cero de las carreteras francesas.
El edificio destaca, sobre todo, por sus contrafuertes. Este sistema fue usado por primera vez en la catedral de Notre Dame. Hasta entonces se solían construir gruesos muros para soportar la carga de las bóvedas. Esta nueva técnica permitió repartir las cargas hacia el exterior, convirtiendo los opacos muros en altas ventanas adornadas con vidrieras. Las catedrales se convirtieron así en edificios que aspiraban llegar al cielo. Con casi 33 metros, la nave central fue en su época la más alta de Francia, y tenía capacidad para acoger a 9.000 personas con sus 130 metros de longitud.
Testigo de la historia
Esta joya arquitectónica también sirvió como escenario para grandes acontecimientos históricos. En 1431, el rey inglés Enrique VI se coronó como rey de Francia con tan solo 10 años de edad. Francia estaba enfrentada a Inglaterra en la guerra de los 100 años y esa coronación en París fue una provocación. En 1558, la catedral también fue escenario de otra espectacular alianza entre el futuro rey de Francia, Francisco II, y María Estuardo. Durante la revolución francesa, Notre Dame sufrió los ataques de los sublevados, que arrasaron la Galería de los Reyes y fundieron todas las campanas. Solo sobrevivió el Grand Bourdon Emmanuel, la campana más grande de Notre Dame.
Nave central de la catedral de Notre Dame.
Posteriormente, esa misma campana siguió siendo testigo de acontecimientos de toda índole. Notre Dame fue profanada primero por los revolucionarios franceses y se convirtió más tarde en un almacen de vino. Al final, Napoleón ordenó en 1802 que recuperase su función como lugar de culto. Él mismo se coronó como emperador en Notre Dame ante el papa Pio VII en 1804.
En 1831, Victor Hugo hizo referencia al mal estado de los muros de la catedral cuando publicó su novela «El jorobado de Notre Dame». El edificio ya era monumento nacional y, a partir de entonces, esta construcción en decadencia comenzó a despertar mayor interés hasta que entró en una nueva era a partir de 1845. La reforma comenzó en la galería de la Quimera. Los monstruos de la parte superior tenían asignada la función de protegerla contra el mal. Y eso pareció funcionar durante algún tiempo. La catedral se mantuvo ilesa incluso cuando las tropas nacionalsocialistas salieron de París y quisieron dejar la ciudad arrasada por orden de Hitler. Según la orden del Führer del 23 de agosto de 1944, había que arrasar los símbolos. Pero el general Choltitz se negó a ejecutarla.
Un lugar para el culto
Además de testigo histórico, si por algo destaca Notre Dame es, sin duda, como lugar de culto. En referencia a esta función, la Conferencia Episcopal alemana escribió al arzobispo de París, Michel Aupetit, para expresarle su solidaridad tanto a él, como a sus fieles y a todo el pueblo francés. «Notre Dame ha congregado durante siglos estilos arquitectónicos, historia del arte y algunos de los acontencimientos más importantes que dieron forma al continente europeo”, escribió el cardinal Reinhard Marx, presidente de la Conferencia Episcopal alemana. Este incendio del 15 de abril no solo golpeó en el corazón a los católicos de París, sino también a uno de los grandes símbolos de Francia y Europa.