La Misa a la Chilena es un recordatorio de que nuestra historia no se entiende sin la fe. Desde las primeras celebraciones de la Virgen del Carmen, Patrona de Chile, hasta hoy, la religiosidad popular ha sido un pilar en la vida de nuestro pueblo.
Septiembre en Chile no sólo huele a asado y empanadas, no sólo suena a cueca y guitarras. Septiembre es, por sobre todo, memoria y encuentro. En medio de las banderas al viento y los brindis que celebran nuestra independencia, hay un momento que nos recuerda que la patria no se construye únicamente con fiestas, sino también con fe, gratitud y esperanza: la Misa a la Chilena.
Quien alguna vez ha participado de ella sabe que no es una misa cualquiera. Es un puente entre la tradición católica y el alma campesina; es el evangelio vestido de cueca, la plegaria que se eleva con guitarrón, arpa y canto popular. En ella, los símbolos de nuestra identidad se hacen oración: el huaso, la chinita, la bandera, los frutos de la tierra. Todo se presenta ante Dios como ofrenda y agradecimiento.
Su origen se remonta a 1965, cuando el músico Vicente Bianchi compuso la primera Misa a la Chilena con textos del poeta Pablo Neruda y arreglos inspirados en el folclor campesino, y que fueron incorporando instrumentos andinos y ritmos nacionales a la celebración eucarística, en sintonía con las reformas del Concilio Vaticano II, que permitían el uso de lenguas vernáculas y la adaptación cultural a la liturgia. La iniciativa fue apoyada por el entonces Cardenal Raúl Silva Henríquez, quien la estrenó en la Capilla Santa Adela de Maipú, apoyando la iniciativa pese a algunas voces conservadoras, marcando un hito en la fusión de la fe católica con la identidad cultural chilena. Desde entonces, se transformó en una de las expresiones más auténticas de nuestra religiosidad popular, mezclando lo sagrado con lo criollo.
La idea se difundió rápidamente, de manera especial en los campos de Chile, y partes de la obra, como el «Sanctus«, se integraron a la liturgia dominical habitual. Con el tiempo, distintas versiones y arreglos fueron enriqueciendo este rito, hasta convertirse en una tradición presente en parroquias y comunidades a lo largo del país durante las Fiestas Patrias.
La Misa a la Chilena es un recordatorio de que nuestra historia no se entiende sin la fe. Desde las primeras celebraciones de la Virgen del Carmen, Patrona de Chile, hasta hoy, la religiosidad popular ha sido un pilar en la vida de nuestro pueblo. No se trata de un rito que divide, sino de un abrazo que une: creyentes y no creyentes encuentran en su belleza un espacio común donde la música, la poesía y la tradición levantan el alma.
En tiempos en que las costumbres parecen diluirse y las raíces se vuelven frágiles, la Misa a la Chilena nos devuelve la certeza de que lo nuestro vale. Que hay algo profundo en nuestras fiestas que no puede reducirse al consumo o al espectáculo. Allí, en el canto emocionado de un “Gloria” al ritmo de tonada, descubrimos que Chile es más que un territorio: es comunidad, es memoria compartida, es esperanza transmitida de generación en generación.
Así, las tradiciones espirituales de nuestra patria, que emergen de nuestro campo profundo, nos recuerdan todo lo valioso, bueno y grandioso que tiene el alma de Chile. Allí, en su tierra fértil, respira el clamor de un pueblo que quiere estar unido y alcanzar la paz, porque reposa en Dios.
Quizás este 18, en medio de la alegría de las fondas y la música de la cueca, valga la pena detenerse un instante y recordar que la patria también se celebra con el corazón arrodillado y agradecido. La Misa a la Chilena es, al fin y al cabo, el alma de septiembre: una patria en que se canta, se reza y se sueña bajo el mismo cielo azul.
Fuente: ellibero.cl