José Claudio Escribano “La sociedad expresó la voluntad de un borrón y cuenta nueva”

José Claudio Escribano “La sociedad expresó la voluntad de un borrón y cuenta nueva”

José Claudio Escribano abre la puerta de su casa y nos lleva, ascendiendo por una escalera bordeada de libros, hacia el centro de su universo. Un estudio en cuyas paredes convergen la historia y la literatura, la filosofía y decenas de ensayos sobre el eterno problema de la comunicación. En el escritorio, imperturbables escoltas de la laptop, un ajado diccionario de sinónimos, encuadernado en cuero, y las obras completas del vizconde de Chateaubriand. Es la torre y la trinchera de un humanista. Allí, en ese reducto luminoso, en el que un amplio balcón avanza sobre el cielo de Recoleta, aparece la pasión del periodista: detectar e interpretar la novedad. El punto de partida es un diagnóstico: “La sociedad argentina no está dando un salto al vacío, porque ya está en el fondo del mar”. Escribano descifra la incógnita Milei. Retrata las miserias de la oposición en las inconsistencias de su líder: Macri. Inscribe al kirchnerismo como caso aberrante en una historia de la corrupción que, en el relato, se remonta a los tiempos de Roca y llega hasta el presente, cuando la mancha ya se ha extendido demasiado. Regresa a Milei, esta vez para verlo como un fenómeno de comunicación política asociado a la revolución tecnológica. Y se detiene a analizar el estado de la prensa, sus dificultades económicas, su relación con el Estado y con las grandes plataformas digitales. El hombre que nos recibió cumple hoy 86 años. Correspondería hacerle un regalo. Pero LA NACION decidió invertir el rito. El regalo lo reciben los lectores, con los que él viene manteniendo una relación que ya superó los 67 años. Es la voz, la perspectiva de Escribano.

–Vayamos de lo inmediato a la larga duración. ¿Cómo está viendo el cuadro que se perfila tras las elecciones?

–Habiendo errado muchísimas veces, casi todas, en materia de pronósticos electorales, esta vez me aposté a mí mismo que el gobierno iba a ser derrotado, y me manejé con una consigna. No hay salto al vacío por la imposibilidad física de que lo haya. Estamos todos debajo del mar. Entonces, sobre la base de esa suposición, pensé que el hartazgo tenía la posibilidad de expresarse en toda su dimensión. Nunca me imaginé que sería en esta magnitud. En un sentido se ha cerrado un ciclo histórico en la Argentina, pero en política nadie está muerto hasta que de verdad lo sepulten con todo el ritual de rigor en un cementerio. Sobre todo, cuando se trata de animales políticos, en el sentido más profundo de la expresión, como Sergio Massa o Cristina Fernández de Kirchner. Pero el golpe ha sido muy fuerte. La sociedad realmente se hartó y lo que expresó es la voluntad de un borrón y cuenta nueva, para que un nuevo capítulo se abra. Esto significa una responsabilidad enorme para el nuevo Presidente, en particular por las prevenciones que hay sobre él, sobre su falta de preparación intelectual en muchos temas, salvo, en principio, el económico, y un descontrol emotivo que llamó la atención en un político que había llegado a un primerísimo plano en la escena pública. Es un descontrol que nos hubiera llamado la atención en cualquier persona que nos rodeara en la vida cotidiana.

–Además, hay un problema que podríamos llamar de formato, es decir, una persona que realizó propuestas muy audaces, probablemente pensando que no iba a ganar. Que llega al poder mucho antes de lo que él imaginaba, y que ahora tiene que dar alguna respuesta con ocho senadores y menos de 40 diputados. A eso hay que agregarle algo que usted ya señaló: no solo el desconocimiento intelectual de materias, sino también el desconocimiento del oficio en el que está metido. Entonces, ¿eso no es un salto al vacío?

–Ese es un nuevo capítulo; estábamos bajo el mar. Ahora lo que se abre, para un importante sector de la ciudadanía, es una ilusión. Ver cómo funciona este nuevo gobierno. Pero no sé si le van a dar los 100 días clásicos para poder juzgarlo. Creo que lo van a juzgar mucho antes por las prevenciones que hay sobre el comportamiento que pueda tener en la Presidencia. Dependerá también del equipo de hombres y mujeres de los cuales se rodee, y de los aportes que fuerzas políticas de otro signo le puedan proporcionar. Patricia Bullrich y Mauricio Macri hicieron una gran contribución final, lo cual es otro dato sorprendente porque el fundador del Pro, en medio de la campaña, dio la sensación de ser un hombre más que distraído en la política argentina. Por momentos dio la sensación de tratarse de un playboy que se paseaba por Europa jugando al bridge y envuelto en cuestiones de fútbol, que le pueden dar mayor dimensión internacional a su nombre, pero no creo que le agreguen nada de prestigio. Todo vino mal desde la conducción del Pro, desde la consagración de una figura como la de Patricia Bullrich, que no alcanzó a demostrar mucho más que sus antecedentes de mujer aguerrida y honesta. No demostró tener las aptitudes ni las formalidades indispensables, como la fluidez oratoria, para afrontar una campaña exigente, por lo menos en la urgencia de enamorar a franjas importantes del electorado. Tampoco dispuso de mucho más talento el jefe del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, pero que, en comparación con ella, gastó no menos de diez veces más para llegar a las PASO. Hemos condenado muy duramente al kirchnerismo por la desfachatez, por la magnitud y por el carácter sistémico de la corrupción durante sus años de gobierno. Pero esto no debe neutralizar una visión más universal y preguntarnos si la corrupción, en grado menor, no está también presente en otros sectores de la política argentina. Es más, se hace muy difícil tener la sensación de que la honestidad es lo que prima. Conozco políticos probos. Patricia Bullrich, Elisa Carrió, hombres de otros partidos. Pero en términos generales, la corrupción está. Si el Presidente electo quiere cumplir alguna promesa, allí tiene una materia sobre la cual trabajar, contribuyendo a que los organismos de contralor del Estado estén manejados por gente competente, honesta y, para evitar suspicacias, no identificadas con su proyecto político o con su acceso al poder.

–Hay muchas aristas en lo que está planteando. Una de ellas nos lleva a un concepto que me gustaría escuchar cómo le resuena, que es el concepto de casta, que está ligado a entramados corporativos muy opacos. Si usted mira históricamente ese fenómeno de la corrupción, aparece ligado a una economía muy cerrada, muy poco competitiva, que no se puede imputar solo a la política, sino también al empresariado y al sindicalismo. Los niveles de corrupción que parece haber en todo el estallido de pobreza que ha habido en la Argentina y en la forma de asistirla. Todo el anecdotario que tiñó la campaña con cosas más o menos vistosas, patéticas y al mismo tiempo deprimentes. Si usted lo pone en una perspectiva histórica, ¿en qué momento estamos? ¿Y es tan fácil de corregir? ¿Usted le puede pedir al presidente, ‘bueno, encárguese de esto y corríjalo’ o requiere de una voluntad política mucho más amplia y de mucho más tiempo para que se corrija? Porque en el medio de esto aparece otro problema crucial, que es la situación de la Justicia.

–La Justicia, donde también ha estado presente la corrupción. Particularmente en la Justicia federal.

–Agrego algo: nos vamos pareciendo lentamente a otras sociedades latinoamericanas de las que nos creíamos, en este aspecto, distintos, en el sentido de instalación de mafias que se aproximan mucho al poder.

–Desde luego. Los conceptos de mafia y de corrupción en la política, si debiéramos poner un punto de partida, están bastante asociados con la sanción, en 1968, de la Ley de Obras Sociales, porque colocó a los sindicalistas en situación de disponer de masas de dinero inmensamente mayores de las que disponían los partidos políticos. Y los partidos, para triunfar y permanecer en esa competencia, que es natural al ejercicio político, comenzaron a hacer concesiones, a tener una elasticidad frente a malos hábitos, por así llamarlo, desconocidos en el pasado. No significa que la política argentina haya estado teñida en todo tiempo de actos de corrupción, sobre todo de orden individual o ligados a grupos enquistados o colocados al frente del poder. Pero apareció aquel verbo de Sarmiento, hecho a costa del nombre de un hermano de Roca: ya andan atalivando. Después vinieron los escándalos de la Revolución del 90. Y el affaire tan importante del negociado de la Chade, que fue un rasero que cortó a una parte importante del Concejo Deliberante, y que permitió en el año 41 que el presidente Castillo dejara a la Ciudad sin ediles. Ese caso de la Chade, de la cual se salvaron solamente los socialistas y los radicales intransigentes, como Pancho Rabanal, le hizo un daño inmenso a la política argentina y en particular al alvearismo, que nunca pudo sacarse de encima aquello de que el edificio fantástico de Tucumán 1660 había sido hecho con fondos del arreglo de Chade. Después estuvo el caso, en el gobierno de Frondizi, de una venta de trigo candeal de la que todo el mundo habló como parte de un arreglo que siempre consideré inverosímil, y que determinó con la renuncia del vicepresidente Alejandro Gómez. Y que también se vinculó con los fondos con los cuales, prácticamente, se donó a Perón su residencia en España, en Puerta de Hierro. Siempre ha habido casos de corrupción. No tengo el mejor recuerdo de la asociación de una parte del radicalismo alfonsinista con el Partido Socialista Italiano, que terminó muy mal en el ejercicio del poder y, muchísimo menos, lo que significaron en materia de manejos de los negocios públicos algunas de las privatizaciones en la época de Menem y cuestiones como la venta de cañones a Croacia. Ese asunto me permite recordar que dos veces me visitó el presidente Alfonsín, siendo yo Secretario General de LA NACION, para decirme ‘todos deben terminar en el punto más alto posible, sin tocar al Presidente de la Nación. Un presidente no debe ir preso’”.

–¿Usted qué piensa de ese concepto?

–Que era el tiempo de un acuerdo de Alfonsín con Menem, y que hubo una distribución de tareas y Alfonsín asumió la de visitar LA NACION. Pero nunca conocimos una organización de tal magnitud gestada desde los comienzos de un gobierno para provocar los actos de latrocinio que han llevado a importantísimos funcionarios públicos a tener que ser encausados por la Justicia con la participación de no pocos empresarios.

–Tomando aquella idea de Alfonsín, ¿qué pasa con la política cuando durante mucho tiempo la agenda tiene que ver con el debate moral?

–Cuando ciertos principios éticos básicos rigen en una sociedad hay un impulso de adecuar las conductas a ellos, más allá de que tenemos ese libro clásico de principios de los 90, de Carlos Nino [N. de la R. Un país al margen de la ley], que desde los orígenes mismos de nuestro país, desde los tiempos más remotos de la colonia, nos enumera los casos en que la Argentina ha estado fuera de la ley. Yo recuerdo casos, como el de los sabattinistas, los seguidores de Amadeo Sabattini, que murió en 1960. La idea de la honestidad era tan presente y natural, que la honestidad era parte casi de un culto religioso. He conocido dirigentes socialistas, dirigentes del radicalismo, como el caso de Arturo Mor Roig, que resultaban conmovedores en su humildad y honestidad. Hoy esta mancha se ha extendido de tal manera sobre la sociedad política, que parece que el que no cobra un peso al margen de la ley, no ya para su propio beneficio personal sino para la acción política, es un tonto o un inservible.

–De los muchos temas que sugiere lo que usted está diciendo hay uno que mencionó en el caso de Larreta: el costo de las campañas electorales.

–Es siempre un tema pendiente. Se insinúan investigaciones, se hacen requerimientos, pero no hay una investigación que llegue al final. Esto debe terminar.

–¿Cuánto del fenómeno Milei está ligado a esto? ¿Cuánto hay de este clima moral y cuánto de estancamiento económico?

–En las cuestiones complejas de la vida nunca hay una sola causa, hay una concurrencia de causas. Los que impulsaron la candidatura de Milei iban contra la casta y contra gran parte de la situación en la cual la casta nos ha puesto, como que la corrupción termine siendo funcional a la pobreza que hay en los bolsillos de los argentinos, a la tasa de inflación, a la tasa creciente de pobreza de 2011, 2012 a hoy, que pasó de 10 a 19 millones de pobres. Eso es parte del hartazgo sumado a la inseguridad que afecta a todas las clases sociales, en particular a las clases más pobres, y que afecta a los más grandes, pero también a los más chicos, que son los que andan por las calles en las madrugadas y se ven asaltados y violentados en su seguridad física por delincuentes, incluso de su misma edad. Ha habido una concurrencia de causas y el resto de los más de 6 millones de argentinos que se sumaron en apoyo a Milei son los que dijeron basta por razones de todo tipo, sin saber bien qué es lo que viene, porque nadie tiene en claro qué es lo que viene. Y me pregunto si en la cabeza de Milei están las ideas tan claras como quisiéramos nosotros que estuvieran.

–¿Qué papel puede jugar Macri en este tema?

–Macri puede aportar la experiencia, puede aportar gente experimentada en el ejercicio de gobierno y nada menos que la gravitación sobre aquellas voluntades que todavía le respondan en Juntos por el Cambio con responsabilidades legislativas. Porque Juntos por el Cambio está partido, hoy por hoy, en términos definitivos. Ya ha salido oficialmente Carrió. Es el resultado de una coalición que nunca existió como una coalición con la voluntad de gobernar, con responsabilidades conjuntas, sino solo como una coalición con la voluntad de conquistar y permanecer, lo que se pudiera, en el poder. Me parece que es imposible una reconstrucción de esa coalición con un sector, por lo pronto, del radicalismo, que tal vez sea uno de los sectores más golpeados por las elecciones.

–Ahí hay una paradoja, porque los radicales han sumado gobernaciones, intendencias, pero en cuanto a un proyecto nacional siguen en un nivel de esterilidad llamativo. ¿Cómo explica usted ese fenómeno?

–Desde luego, siempre en la política se dio al revés. Porque hay una crisis de dirigentes en el país y el radicalismo está particularmente alcanzado por esa crisis. No ha conseguido definir un liderazgo. Tal vez uno de los liderazgos más pobres por la incapacidad de liderar del radicalismo, hasta donde llega mi memoria, ha sido la de Gerardo Morales. Un estado de confusión tal que un cargo al cual se accedía después de un cursus honorum de toda una vida, como el de presidente de la Convención Nacional, le fue conferido al hermano de Facundo Manes. Lo que ocurre es que el radicalismo, como la Iglesia, no ha perdido nunca su presencia hasta en los más remotos pueblos de la República. Lo que en la política moderna se llama territorialidad. El radicalismo cumple con un requisito de territorialidad que no ha alcanzado Juntos por el Cambio, y logró, a través de la articulación jurisdiccional del partido en tal o cual provincia, una permanencia que le permitió hacerse cargo de la protesta que había contra el actual estado de cosas, no solamente aquí, sino en el interior del país. Esto lo demuestran las elecciones. Insisto en el gran fracaso del radicalismo, porque una parte del partido conspiró contra el acuerdo de la figura central de Juntos por el Cambio con Milei, de lo contrario no se explicaría el 44% que obtuvo Massa en la Capital, más que en varias provincias. Ahí ha habido un acuerdo no transparente de facciones del radicalismo con la candidatura de Massa, y me atrevería a decir algún voto travieso de Juntos por el Cambio. De lo contrario, Massa no podría haber hecho esta elección en la ciudad.

–De ese modelo de partido que usted describe pasamos a algo más desestructurado, que fue Juntos por el Cambio, que nunca llegó a constituir una organización única de una coalición con reglas.

–Y con una desorientación tan grande, porque su jefe natural estaba de viaje.

–Veo que eso lo irritó mucho… –Sí, porque creo que Macri es ese tipo de jugador que pone la pierna firme en algunos momentos del partido, pero la política exige poner la pierna firme en los 90 minutos. –Aun así, ¿no ve a un Macri más politizado después de que se fue del poder, más interesado hasta por razones de reivindicación personal y de control de la situación del partido? Me da la impresión de que es un hombre que empezó a intervenir de una manera más parecida a la de un político clásico.

–No, no lo he visto así. Yo creo que Macri, como político, actúa a sifonazos, con intermitencias. Y creo que la política exige una dedicación las 24 horas del día, los siete días de la semana. Pero en el caso de Macri hay otra especulación para hacer. Si uno escuchaba algunos discursos del massismo durante la campaña había una suerte de amenaza velada con algunas causas judiciales que podrían preocupar a Macri. Es decir, tenía razones personales para actuar conociendo de qué manera la politización de la Justicia se vuelca hacia un lado o hacia el otro del espectro político según quiénes ganen o pierdan.

–Juntos por el Cambio expresó un modo de hacer política más inorgánico. Ahora vamos un paso más allá. En Milei hay una gran novedad: probablemente sea el primer dirigente de esta magnitud, casi surgido de las redes sociales. ¿Cómo ve usted que funciona hoy el mundo de la comunicación en la política y alrededor del fenómeno Milei?

–No se entiende a Milei sin la revolución de las comunicaciones que ha cambiado el mundo desde fines del siglo XX y que a diario nos trae novedades que implican cambios casi copernicanos. Pero no podemos decir que esté dicha la última palabra. Estamos virtualmente en la Edad de Piedra.

–No sabemos si va a haber una última palabra o si esto es cambio permanente.

–¿Qué es lo único constante, sino el cambio? En realidad, en la historia lo permanente es el cambio. Como tenemos una visión egocéntrica de la Historia y del mundo creemos que los cambios fundamentales se han producido en nuestra época. Siempre hubo cambios fenomenales. Yo me imagino el azoramiento del hombre que vio el primer automóvil, o volar el primer avión, o la primera imagen de los hermanos Lumière.

–¿Cómo ve que esto impacta en la política?

–Es fenomenal porque, en primer lugar, hay una democratización de la información y la desinformación en la sociedad contemporánea como nunca se ha visto otra ni remotamente en la historia de la humanidad. Con celulares se han tirado gobiernos abajo en el Magreb. Y con los celulares se ha ido a la plaza pública con el criterio erróneo de que desde allí se puede gobernar. Desde allí se puede presionar, y durante un tiempo, porque pasado cierto tiempo nos vamos todos a dormir.

–¿Usted está hablando de Milei cuando dice esto?

–Estoy hablando de todos.

–Pero en el caso de Milei, aparece una agitación que permite llegar al poder, pero después tal vez no permita administrar.

–En el caso de Milei tiene algo particularmente novedoso dentro de este fenómeno de la comunicación. Que él es, antes que nada, un hombre de la televisión, explotado, entre comillas, por animadores de la televisión. No porque le hayan visto las virtudes de un gran líder político, sino porque se ajustaba perfectamente a las necesidades de un cierto medio que entiende la política como parte del mundo del espectáculo. Era un bocado de Cardenal. Milei, con sus exasperaciones, sus extravagancias, su excentricidad, llamaba poderosamente la atención. Su primera aparición fue en 2014, y se acelera a partir de 2017. Todo eso no queda encapsulado en las imágenes de la televisión. Es trabajado por sus seguidores, gente joven, que son los que más dominan los instrumentos digitales de televisión llevados a las redes sociales. No se hacen productos especiales para Milei desde las redes, sino que desde la televisión se los baja a las redes sociales perfeccionados para que tengan el efecto más apropiado, de tal manera que el impacto sea mayor. Titulares ceñidos a una cierta dimensión de tiempo y de texto, e hicieron una obra que, desde el punto de vista de la eficacia, ha sido extraordinaria. Ahí lo tendremos el 10 de diciembre, sentado como Presidente de la Nación en la Casa de Gobierno. Pero ahora tiene que gobernar.

–Si a Milei lo miramos como un ejemplar de alguna clasificación, como uno mira un ejemplar de una clasificación zoológica o vegetal, y yo le pido a usted que le explique a un islandés qué es Milei ideológicamente, de qué se trata esa cabeza, ¿qué diría?

–Va a ser muy difícil explicárselo a un islandés, pero si se lo explico a alguien habituado a la imagen que han transmitido los políticos europeos de las últimas décadas, las del siglo XXI si usted quiere, a mí también me resultaba extravagante Silvio Berlusconi. Boris Johnson transmitía una sensación de seriedad mayor que la de este presidente electo que responde al sobrenombre de “Peluca”. ¿Trump responde a los parámetros básicos de lo que uno considera un hombre de Estado? No, en modo alguno. Ni habla ni se para como un hombre de Estado. Qué diría Hamilton, me pregunto. Tal vez sea la figura más exacerbada en estos aspectos que bordean el escándalo en la presentación pública de un nombre político que hayamos conocido. No recuerdo haber visto una imagen de Trump, habiendo visto muchas, con algunas de las situaciones en que se colocó Milei, pero responde a un nuevo fenómeno que es el de la política como espectáculo y donde lo que usted escribe pasa a tener otra dimensión en términos de masas, muy difícil de competir con la fuerza de la imagen.

–Usted mencionó a Johnson y a Trump, pero ellos tuvieron que pasar por los filtros de un partido y tenían las regulaciones de un partido. ¿Esto cómo se va a regular?

–Esto es mucho más complejo de embretar en los cauces naturales que respondan a pautas de prudencia.

–¿El nuevo oficialismo no debería desear que el kirchnerismo mantenga su vitalidad para que se siga estructurando algo alrededor del antikirchnerismo? No sé qué otro pegamento puede haber en este Juntos por el Cambio fragmentado, con un Milei que carece de estructura. Los conflictos entre Macri, Larreta, los radicales peleados entre ellos, Carrió que se va. ¿Qué otro factor si no el antikirchnerismo amalgamaría a un nuevo oficialismo? Estoy tratando de imaginarme cómo se forma una mayoría legislativa.

–En la campaña ha habido un mensaje muy importante del candidato derrotado, de Sergio Massa, que si no se lo tomó en cuenta es porque era muy difícil tener en cuenta la palabra de un hombre que no podía sostener una misma palabra más allá de una semana. Es la idea de la unidad. Una idea que nos debería estar acosando a todos los argentinos con algún sentido de la responsabilidad y de la dirección que debe tener el país hacia la prosperidad y hacia una convivencia civilizada. Entonces, si Massa no tuvo éxito para hacer verosímil el llamado a la unidad, por lo que él decía como gobernante o como beneficiario directo de una política, creo que le queda el trabajo de insistir en que su pronunciamiento sobre la necesidad del diálogo y de un consenso básico están tanto más en vigor sin él en el gobierno que con él, a punto de llegar a la Casa Rosada, como pareció días antes de la primera vuelta.

–¿Usted sugiere que Massa sigue siendo un actor?

–Yo creo que es un animal político con una voluntad de poder enorme que lo hacía aún más peligroso que a los propios Kirchner. Lo cual es mucho decir, porque parecía que después de los Kirchner nadie podía tener más codicia por el poder. Y tenemos este personaje, que no veo cómo sujetarlo, en una actitud de silencio. Creo que podría decir algo en favor de una política que en algún momento voces muy ponderadas de la sociedad empezarán a reclamar. En primer lugar, los propios gobernantes, si tienen algún sentido de lo que es la estabilidad y de cómo juegan las leyes de la física. Sin gobernadores, con 37, 38 diputados, con 7 u 8 senadores, ¿cómo se hace para gobernar?

–En este paisaje que usted está pintando introduzco otro fenómeno. Hay todo un sector de la sociedad ligado al kirchnerismo, ligado también a la izquierda más radical y quizá a los movimientos sociales, que ve la instalación de Milei como una aberración. Es la gente que cree que Milei es, en sí mismo, una suspensión del sistema democrático. Aparece el conflicto por la revisión del pasado. ¿Cómo se imagina usted la calle? ¿No podría haber una gran provocación a Milei, un gran conflicto entre el programa de Milei y ese universo?

–Desde luego. Por eso Milei por sí solo no se puede bastar. Los votos han sido como las bayonetas, le han permitido ganar la batalla. No le permiten gobernar sentado sobre ello.

–¿Qué le sugiere el discurso económico de Milei referido, por ejemplo, a la dolarización o el cierre del Banco Central? –Creo que van a trabajar sobre un par de cosas que sean posibles en la primera parte. Y las otras, las propuestas que han resultado más chocantes a sectores ponderables de la sociedad, las deberá ir reelaborando con el tiempo.

–Ha habido intervención de la Iglesia como yo nunca vi en relación con un candidato. ¿Cómo ve usted ese fenómeno? –En primer lugar, a la Iglesia debería examinarla desde la perspectiva de la gran institución presente en la Argentina, que es la conducción del episcopado. La conducción del episcopado dispone de hombres con la suficiente sabiduría y experiencia política como para acompañar un proceso de diálogo y de consenso. No creo que en esto el Papa pueda ser en modo alguno un factor de perturbación, sino por el contrario. Lo imagino como una contribución a estas condiciones de diálogo y de consensos que lleven a una unidad para concertar ciertas políticas básicas de Estado, que no tienen que ser tantas, pero que permitan sustraerlas del debate enconado, propio de la política de todos los días, en cierto marco de concordia, es decir, en paz. Un sector de la Iglesia, los curas villeros, han dicho lo que tenían que decir. Y no se me ocurre que Milei tenga ánimo de decir algo ni que remotamente se aproxime a las expresiones verdaderamente injuriantes que en algún momento pronunció contra el Papa. Creo que, por el contrario, tratará de aproximar posiciones. Pero el Papa es un hombre de memoria. Si Milei estaba en principio crucificado por la Iglesia por su conducta frente al Papa, me parece que de manera más sutil también estuvo crucificado el propio Massa, porque el Papa no olvidó alguna seria contrariedad que contribuyó a provocarle cuando era arzobispo de Buenos Aires.

–En esta misma escena, ¿cómo está viendo al periodismo, que fue un actor y un motivo de debate importantísimo bajo el imperio de los Kirchner? ¿Qué espera usted que pase en adelante con un Milei que también tiene un discurso muy populista, agresivo y de descalificación respecto de los medios?

–Recuerdo una nota que escribí en medio de la campaña en la cual le reclamé a Milei, frente a la denuncia sobre el periodismo “ensobrado”, si tenía alguna denuncia concreta para hacer, que lo hiciera con nombre y apellido. No la hizo. Hay prevención en el periodismo sobre lo que puede esperarse del temperamento de Milei, que se exacerba rápidamente frente a una palabra crítica. Tendrá que domar un poco más su carácter, en términos que al parecer no lo ha hecho a lo largo de sus 50 y pocos años más de vida. Hay al lado de él alguna gente que puede hacer esa contribución. Como experiencia, me parece que la figura de (Guillermo) Francos está llamada a ayudar al presidente a poner paños fríos donde haya situaciones tensas. Y respecto de la prensa en general, yo debería decir varias cosas. La primera es que los medios públicos, es decir, los medios del Estado, no pueden seguir actuando como actuaron al servicio de un gobierno durante los años del kirchnerismo, y que no fueron suficientemente ordenados ni siquiera por la administración Macri. Los medios públicos están al servicio del interés general y no al servicio de una facción.

–Milei anunció la privatización.

–Milei anunció la privatización de Télam, la TV Pública y Radio Nacional. Yo no considero mal que el Estado tenga, como tal, una voz que efectivice la obligación constitucional de hacer públicos los actos de gobierno, y que sea una contribución a la cultura nacional desde el Estado, pero con una asepsia política de características tan extraordinarias que no tiene ni siquiera la BBC, pero que sí tiene la radio pública de los Estados Unidos. Que cuando es designado el director, uno sabe que han designado a uno de los grandes profesionales de la prensa y a un nombre incuestionable, no solamente por sus aptitudes periodísticas, sino por su conducta ciudadana. Ese es un punto. Con los Kirchner los medios públicos estuvieron al servicio de ellos y atacaron a los medios privados y a los periodistas que tenían alguna voz crítica, o que en ejercicio de un criterio independiente realizaban notas de investigación que lesionaban los intereses de los gobernantes. Desde 6-7-8, el kirchnerismo fue tal vez la expresión más grosera que he conocido en mis largos años de actuación en este oficio. Pero hay muchos otros problemas. La decadencia económica del país, la revolución tecnológica que ha llevado a una segmentación extraordinaria de las audiencias ha producido el fenómeno de que el Estado como avisador –la suma del Estado, el nacional, los provinciales y municipales– ha pasado a tener un papel de una relevancia que nunca habíamos conocido. El Estado tenía una participación en los ingresos publicitarios de un medio importante del 6, 7, 8%. A menos que hubiera habido en algún momento algún favoritismo especial hacia un medio concreto. Hoy hay medios importantes de la Argentina en los cuales la participación del Estado en la publicidad supera el 80% de los ingresos.

–Son medios condenados al control.

–O esos medios están condenados al control, o esos medios hacen escándalos si les reducen los ingresos y denuncian que los quieren acallar, o el Estado realiza una acción más enérgica, como en otras partes del mundo, a fin de ayudar a la reestructuración de esos medios en función de las nuevas exigencias de la revolución tecnológica de la cual somos víctimas y beneficiarios.

–Salvo esto último, en los dos primeros casos es una relación extorsiva del Estado hacia el medio y del medio hacia el Estado para conseguir la publicidad.

–Es más o menos extorsiva, pero el número de medios que hay en el país, las miles y miles de radios de FM que reciben publicidad oficial, la cantidad de medios que son fachadas, como ha surgido frente al caso del feroz espionaje ilegal que se ha descubierto recientemente, son fuentes de corrupción enorme en las cuales el nuevo Presidente deberá intervenir. Allí se verá qué es lo defendible y qué es lo no defendible. Yo no pondría mi firma al pie de un documento pidiendo que se mantenga la publicidad oficial para un medio que no tiene contenido periodístico alguno.

–Usted ve que se abre este debate.

–Ese debate es inevitable, porque Milei lo puso durante la campaña en el tapete, porque ya en la sociedad esto se está haciendo evidente, porque hay medios que no podrían existir sin la publicidad oficial, y esa publicidad llega a tasas inverosímiles, y ahí estamos ante un problema. Creo que debe abrirse una instancia para examinar caso por caso y, en términos generales, ayudar a la reconversión de esta industria a la cual no se la puede empujar a cambios abruptos sin producir, al mismo tiempo, novedades de importancia frente a los grandes buscadores que son los que absorben más del 80% de la publicidad que hay en el país. Acá debe haber un estudio integral de la situación de los medios y sobre esto no alcanza con lo que el Presidente haga con sus colaboradores. Sobre esta materia los legisladores se deben informar porque debe haber una legislación específica. El mundo avanza hacia legislaciones que contemplan este fenómeno. Es muy interesante porque nos muestra, una vez más, que las instituciones avanzan mucho más lentamente que la tecnología.

–Usted se formó y desarrolló buena parte de su carrera en el contexto internacional de la Guerra Fría. Cuando recuerda esa experiencia y mira el tipo de alineamientos que empieza a producirse hoy en el mundo, ¿en qué se parece, en qué se distingue? Hablo de China, los Estados Unidos y la influencia que tienen esos dos polos aun en las guerras, como la invasión de Rusia a Ucrania.

–Mi generación por casi 45 años estuvo signada por la caída del telón, y desde el fin de la Guerra Mundial, en 1945, hasta la implosión del comunismo en 1989, 90, 91 si arrancamos con el Muro de Berlín, la política internacional estuvo signada por la Guerra Fría, con alineamientos muy claros hacia los Estados Unidos y las potencias que lo acompañaban en la organización del Atlántico Norte. Así como durante los gobiernos militares los periodistas estábamos marcados por la posición que tomábamos hacia uno u otro frente, o por nuestra posición de asepsia, la Guerra Fría marcó a una generación. El tema es cómo sigue hacia adelante. Creo que el destino nos colocó en un lugar del planeta. Nuestro compromiso básico es con la región, en particular con los países con los que mantenemos fronteras comunes, con aquellos que han sido nuestros aliados permanentemente, como es el caso particular de Perú. Somos un país de Occidente por su cultura, y debemos estar abiertos a negociar con todos los países del mundo, sin olvidar los compromisos esenciales que conciernen a nuestra seguridad. Sin seguridad no hay comercio, sin seguridad no hay nada. Por eso, el tema de la seguridad individual fue determinante en el triunfo de Milei, porque como nunca ocupó un lugar central, salvo en momentos excepcionales en que todo el peso de la violencia del Estado se centró en una franja de la sociedad, como fue en la época del último gobierno militar cuando se combatió a la subversión con medios tanto o más violentos que los que esta había ejercido. Nuestra posición debe ser preservar un alineamiento en nuestra política exterior que contribuya a la seguridad interna, que hoy por hoy es uno de los flancos más vulnerables y vulnerados de la sociedad dentro de un régimen democrático como este. Está en cuestión la primera razón de ser del Estado, que es la de arbitrar entre nosotros a fin de que en el ejercicio de nuestros derechos nada lo hagamos con violencia y sí con la autorización que la ley nos concede.

–Se van a cumplir 40 años de la asunción de Alfonsín. A mí me gustaría que cuente cómo recuerda ese hecho, cómo recuerda las elecciones del 83, qué significó para usted la inauguración de la democracia y aquella elección.

–La sentí como un gran alivio que no pude celebrar porque ese 31 de octubre volví a mi casa a las 6 de la mañana haciendo sucesivas ediciones del diario. Pero recuerdo vivamente el 27 de octubre.

–¿Qué lugar ocupaba en el diario en ese momento?

–Hacía dos años que era secretario general. Recuerdo del 27 de octubre del 83, a propósito de aquello de que hablaba Hipólito Yrigoyen sobre la mísera habilidad patética de los hombres. Cada Estado tiene su día nacional. El Día Nacional del Vaticano es el día de asunción del Papa en ejercicio. En el caso de Juan Pablo II era el 27 de octubre. Fui a la Nunciatura, subí al primer piso, miré hacia la derecha y había un círculo de invitados enorme que rodeaban al doctor Ítalo Luder, de quien era amigo personal. Era un hombre cuyo diálogo frecuenté y era una muy buena fuente de información para mí. Inmediatamente dije ‘están conversando con quienes dan por seguro que va a ganar las elecciones del domingo’. Enfrente, justo subiendo la escalera, en una sala, solo, estaba el ministro del Interior, el general Llamil Reston. Me acerqué y lo saludé. Nada más que el saludo, y pasé a otro sector de la embajada y me puse a conversar con dos viejos amigos, Ricardo Guardo, primer presidente de la Cámara de Diputados, y Raúl Matera, un gran neurocirujano y un hombre importante del peronismo que había sido delegado personal de Perón. No recuerdo haber visto radicales. Se ve que la Nunciatura la frecuentaban, como buenos seguidores de la doctrina social cristiana, los peronistas más que los radicales. La vi con alivio, pero con la zozobra de la que naturalmente no me podía despojar, al punto que en los años siguientes asistimos a no menos de tres movimientos militares que no se declararon dispuestos a desplazar a Alfonsín del poder, pero que asumieron una postura, en definitiva, insurreccional. Le transmito, sí, lo que fue respecto de ese gobierno, mi más vivo compromiso. Cuando estalla el fenómeno de Semana Santa, la nacion, en su edición del día siguiente, da una declaración de una serie de instituciones y de partidos políticos, encabezada por la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas, en favor del gobierno constitucional. Había sido yo quien había redactado aquella declaración de Adepa, como presidente de la Comisión de Libertad de Prensa, y quien había redactado la noticia porque, como secretario general de redacción, no tuve más que sentarme a una máquina y hacerla.

Fuente: lanacion.com