«Painecur»: La historia del niño mapuche sacrificado para detener el terremoto de Valdivia de 1960

«Painecur»: La historia del niño mapuche sacrificado para detener el terremoto de Valdivia de 1960

«La familia teatro» lleva a las tablas el debate sobre la mirada que la sociedad chilena ha construido del pueblo mapuche a través de la figura de la machi Juana Namuncura.

Eran las 15:11 horas del 22 de mayo de 1960 cuando la tierra valdiviana empezó a moverse intensamente, provocando un megaterremoto de 9,5 grados en la escala Richter. El sismo más grande de la historia de la humanidad removía durante 10 minutos eternos más de 1.300 kilómetros de costa, entre Talca y Chiloé. Luego llegó el maremoto, que a 150 km/hora arrasó con todo lo que encontró a su paso. Kai Kai, la serpiente de agua, se manifestaba de forma inesperada. Las sacudidas no paraban, una réplica tras otra. Parecía el apocalipsis, el fin del mundo.

En Collileufú, en la costa de Puerto Saavedra, a pocos kilómetros de Temuco y en pleno corazón de La Araucanía, hombres y mujeres escapaban de las aguas. Exasperados, subieron al cerro Mesa para invocar a dioses, celebrar rituales y rogar a Treng Treng, la serpiente de tierra benefactora. Había que evitar el peor de los finales.

Entre la muchedumbre concentrada, estaba la machi Juana Namuncura, quien –tras la revelación de un sueño- anunció que para restablecer el equilibrio de la Tierra había que sacrificar a un niño de seis años que no contara con el cuidado de sus padres. Así se determinó el destino de José Painecur, un muchacho criado por su abuelo porque su madre trabajaba de nana en la capital y de su padre, poco o nada se sabía.Puerto Saavedra

Sobre cómo se llevó a cabo el sacrificio, las versiones varían, y hoy la leyenda se confunde con la realidad. En lo que todos coinciden, eso sí, es que los restos del muchacho nunca se encontraron y que –¿casualmente? – la última réplica del terremoto finalizó a las 01:55 de la madrugada del 5 de junio, sólo seis horas después del inicio de la ceremonia del sacrificio. Cuando la tierra se paró, llegó el silencio. Una especie de pacto implícito de la comunidad para olvidar, esconder o –simplemente– resguardarse de los juicios.

El tabú se empezó a romper un par de meses después, con el aterrizaje en la zona de dos antropólogos de la Universidad de Chile que sospechaban que podría haberse practicado un sacrificio humano en aquellas partes. Sus entrevistas e investigaciones llegaron a las autoridades y dieron paso a varios allanamientos y a la detención de la machi Juana Namuncura, el abuelo de José Painecur y otros tres hombres a quienes acusaron de homicidio.

De los cinco acusados, que nunca reconocieron el sacrificio humano, Juan Painecur, el abuelo, y otro más fueron procesados por la muerte del niño. La machi Juana Namuncura fue absuelta. Dos años después todos quedaron puestos en libertad. Los tribunales dictaminaron que los involucrados en los hechos habían “actuado sin libre voluntad, impulsados por una fuerza física irresistible, de usanza ancestral”, y recurrieron al artículo 10, nº 9 del Código Penal chileno que establece que “quedan exentos de responsabilidad penal el que obra violentado por una fuerza irresistible o impulsado por un miedo insuperable”.

“Para un gran mal se emplea un remedio muy grande. ¡Animales son muy poca cosa! […] Los cataclismos son penas por los pecados de la gente […] Los sacrificios de animales pueden aliviar los terremotos […], pero ahora los pecados son demasiado grandes para pagarlos con sacrificios normales”, explicó la machi ante la justicia.Cerro Mesa

El fallo y los archivos del juicio se perdieron. Según cuentan, se entregaron a Patrick Tierney, un antropólogo estadounidense que quedó atrapado por la historia de la machi Juana Namuncura.

Tras entrevistar a decenas de testimonios y a la propia machi, Tierney publicó “The highest altar” (El altar más alto), una obra en la que reveló cómo, después de años de mantener el tema en secreto, algunos miembros de la comunidad, entre ellos la machi, se dispusieron a hablar del sacrificio de Painecur. Los testimonios de aquel entonces explican que fue el gringo quien se quedó con el fallo tras un acuerdo secreto con la Namuncura: ella le contó el paso a paso del ritual, el sacrificio completo, a cambio de pedirle que nunca publicara en español y que se llevara con él todos los vestigios del caso.

the highest altar

Tierney cumplió y en su obra pone al descubierto el trato denigrante e inhumano que sufrió la machi durante su detención: “Me colgaron cabeza abajo por días”, “me amarraron de mis tobillos y me colgaron como un cerdo, para hacerme confesar”, contó. La periodista chilena Miryam Ríos tradujo la obra del antropólogo y la incluyó en su tesis “Deconstrucción de un caso ritual de sacrificio en la comunidad de Collileufú, Puerto Saavedra (5 junio 1960)”, de la Universidad de la Frontera, uno de los documentos investigativos de más valor sobre este caso.

El relato de la prensa

La historia del sacrificio de Painecur fue duramente cuestionada tanto por el Estado, que criminalizó los hechos, como por la sociedad chilena, especialmente la prensa escrita de la época. Su juicio valórico y moral se contrapuso a la cosmovisión y memoria ancestrales. Una tensión aún no resuelta que llegó hasta la actualidad.

La Revista Vea de Santiago y el Diario Austral de Temuco fueron los medios que cubrieron el proceso judicial y la repercusión del caso en la zona.Revista Vea

“Fue elegido como víctima el niño José Painecur Painecur, de 7 años. Varios indígenas llegaron hasta la ruca en que se encontraba el menor y solicitaron su entrega al encargado o pariente del niño Juan Painecur Painao, quien sin dificultades habría accedido a la petición de la hechicera”, explicó el Diario Austral de Temuco en su edición del 21 de junio.

Días después este mismo medio decidió enviar un equipo periodístico a terreno para investigar los hechos: “Llevaban la misión precisa de observar los trastornos sociales, culturales y materiales que el fenómeno hubiera ocasionado en nuestras colectividades indígenas porque estaba en nuestro conocimiento que en circunstancias anormales como las que se habían presentado y dada la poca adaptación cultural aflorarían muchas actitudes culturales latentes constreñidas por el manto social en que les ha colocado en la última centuria”, publicó el 29 de junio.Diario Austral de Temuco

Diario Austral de Temuco

Por su parte, la Revista VEA, el 30 de junio, lo relató así: “El niño de 6 años, José Painecur Paineo fue arrastrado por esta familia de hechiceros a la orilla del mar, muerto a golpes y abierto en el canal, para arrancarle el corazón y demás vísceras, las que fueron arrojadas al mar para calmar la ira de los dioses y terminar con los terremotos y maremotos”.

40 años después, en 2001, El Mercurio recuperó la historia en un reportaje. El tratamiento del tema se limitó a reforzar la primera versión de los hechos, sin profundizar en el trasfondo étnico y cultural, y hablando desde la superioridad wingka.

“La machi ordenó un sacrificio humano. Tenía que ser un niño. Según sus creencias, y presa del pánico, tal vez pensaron que esa era la única forma de calmar al océano que había hecho desaparecer Puerto Saavedra, Tolten y Queule, y cuyos efectos rebotaron con las olas varios metros en Japón”, publicó el rotativo.

Más recientemente, en 2016, el escritor Jorge Baradit también escribió sobre el sacrificio humano de Puerto Saavedra. El porteño, en su “Historia secreta de Chile 2”, relata que los mapuche “se volvieron locos y mataron a un niño por temor al océano”. A pesar de que se plantea “qué mecanismos operan en la memoria ancestral que hacen actuar de modos no usuales a una persona”, su reconstrucción de los hechos no dista mucho de la mirada que hasta hoy teníamos de esta historia.

Otra mirada desde el teatro

Una lectura radicalmente diferente es la que ofrece la compañía teatral La familia teatro. “Painecur” es la obra que estrenaron el pasado mes de noviembre y que este fin de semana presentan a Matucana 100. Bajo la dramaturgia y dirección del temuquense Eduardo Luna, la compañía propone una mirada propia del impacto que tuvo el sacrificio en la comunidad mapuche de la época que, según asegura Luna, puede sentirse hasta el día de hoy.la familia teatro

/ @lafamiliateatro

Más allá de la investigación de la antropóloga Sonia Montecino, quien concluye que fue la falta de desarrollo en la que el Estado chileno mantenía al pueblo mapuche la que llevó a la machi a sacrificar el niño, el grupo artístico recurrió a los testimonios de los lugareños y a los textos de Miryam Ríos y Patrick Tierney para construir otra posible interpretación de los acontecimientos.

Bajo esa lógica, la muerte del niño, que para la cultura no mapuche es un crimen injustificable, se convierte en un ritual al que asistió y aprobó toda la comunidad de Collileufú y lejos de presentarse como una “idea loca y descabellada de una bruja mapuche”, tal y como lo explicó la prensa, se entiende como la muerte de un hermano que fue sacrificado porque estaba destinado a eso.

Las tesis de Miryam Ríos sostienen que para los wingka el ritual no se puede comprender porque “no tenemos acceso a la intimidad cultural del pueblo mapuche, a sus ceremonias más íntimas”. Según ella, “lo que no hay que hacer es juzgarlo porque no es un hecho planteado desde los márgenes en los que nosotros nos manejamos”.

De hecho, el caso fue profundamente doloroso incluso para las propias comunidades locales, a las que dejó heridas que quedaron abiertas hasta hoy. Eduardo Luna, tras un año de investigación del caso y varios viajes a la zona, constató que “el holocausto” –como algunos conocen el caso en la zona– siempre se condena públicamente, pero en la intimidad, en cambio, se reconoce que era lo que había que hacer para detener un desastre de tal magnitud que logró modificar la geografía del país.

El tratamiento social de lo ocurrido provocó un cierre profundo de las comunidades mapuche afectadas. Un hermetismo y aislamiento hacia la sociedad chilena por su incapacidad (o falta de voluntad) de comprender las razones ancestrales y tradicionales que llevaron a la machi Juana Namuncura a ejecutar la ceremonia. De hecho, también para ella el precio fue muy alto. Además de un proceso judicial lleno de torturas y humillaciones, este hito quebró su relación con los peñis de las comunidades. Pese a que nunca dejó de ejercer el rol de autoridad ancestral, desde aquel mes de junio, fue marginada y apartada de la comunidad, recibió todo tipo de insultos y ataques, e incluso llegaron a quemarle la ruca. Murió borracha y sola, tras caerse de una camioneta en la que viajaban varios mapuche que regresaban de una ceremonia. Nadie la socorrió.

Otra de las interpretaciones a rescatar es la del testimonio que conoce más y mejor este caso: Lorenzo Aillapán. Este anciano, que acompañó a Patrick Tierney en sus investigaciones de los años 80 y conoció a todos los protagonistas, reveló que lo ocurrido el 5 de junio de 1960 representa un retorno al conocimiento mapuche. Fue –dice– como una especie de castigo por el olvido de la cultura ancestral: ya nadie practicaba rituales, no se hablaba mapudungún, predominaban los evangelistas… El sacrificio y su posterior cierre cultural provocaron un resurgimiento de la cultura mapuche. “Había un desequilibrio y, o bien llegaba el cambio, o la extinción”, apunta el director de “Painecur”.

Con una obra que alimenta el debate actual sobre la percepción que la sociedad chilena ha construido del pueblo mapuche, La «familia teatro» lleva a las tablas un trabajo valiente, atrevido y que obliga a salir de la zona de confort. Un texto que pone al espectador al límite, probando su capacidad de entender y justificar prácticas que en el marco cultural occidental sólo pueden tener respuesta desde la aplicación de la ley y el castigo.

La obra podrá verse este sábado y domingo a las 20h en Matucana 100, en el marco del VII Festival Internacional Santiago Off.

Fuente: el desconcierto.cl