Quien conozca un poco de historia advertirá que en Chile se despliega una estrategia similar a aquella que usó el caudillo fascista Benito Mussolini para llegar al poder hace un siglo. Más allá de los análisis que explican el resultado de las últimas elecciones y del proceso de descomposición política en base a un clivaje elite-pueblo y al nulo trabajo territorial de los partidos políticos, no podemos obviar que la violencia se transformó en una herramienta política. Así lo demuestran los hechos de este domingo en que un grupo de ciclistas denominados «Santiago Norte Pedalea», amparados en la cobardía propia del anonimato de las masas, atentó contras las sedes de Renovación Nacional, la UDI, y el Memorial del asesina- do senador Jaime Guzmán. No se trata de una mera expresión de molestia política, sino de una organizada acción de intimidación destinada a incidir en el desarrollo del proceso político en curso. Se busca por la vía de la fuerza bruta, tomar el control de nuestra democracia, como parte de una maniobra en dos frentes. Por un lado, recurriendo al mecanismo constituyente-surgido también ilegitimamente de la violencia- y por otro, amedrentando a los adversarios para evitar una reacción que pueda poner en riesgo el re- ciente éxito electoral.
En este sentido nada diferencia a estas hordas de ciclo-vándalos de las famosas escuadras fascistas italianas-los camisas negras-que permitieron a Mussolini alcanzar el poder en el año 1922. Entonces, como ahora, fue el lumpen, vulgares matones como Arpinati o Balbo, quienes lideraron grupos locales recurriendo a la violencia contra dirigentes socialistas, organizaciones políticas contrarias, y me- dios de la época, de modo que, ante la amenaza de su marcha a Roma, el Rey Víctor Manuel II sucumbió y encargó a Mussolini la formación de un gobierno fascista que se perpetuaría por décadas. Mussolini, al igual que los líderes de extrema izquierda chilenos que ahora aspiran a la Presidencia, entendió tempranamente la importancia de practicar la antipolítica, fomentar los odios entre facciones y exacerbar los resentimientos. La táctica fue siempre la misma: dosificar la violencia física y verbal, sin dar tregua, de manera de negociar siempre desde una posición de fuerza frente a adversarios que tartamudeaban el lenguaje del miedo. Es lo que ha hecho Daniel Jadue y el Partido Comunista con el veto a la única candidata mujer Paula Narváez, y la humillación al Partido Socialista. También con el reiterado uso de la carta del racismo antisemita contra algunos conciudadanos, sin que nadie se atreva a reprochárselo. El fascismo de izquierda utiliza la violencia para im- partir el arte de la docilidad. En palabras de Antonio Scurati, «el muer- to ya está dentro, el cadáver de la democracia liberal yace entre el polvo y los ácaros del sofá desde hace tanto tiempo que ya nadie le hace caso».