Como cuenta Simon Sebag Montefiore en su libro «Los Románov: 1613-1918» (Crítica), el Comité Ejecutivo Central ordenó el asesinato de los demás Románov dispersos por el territorio ruso tras la muerte de la familia de Nicolás II.
Románov es sinónimo de ambición, lujuria, elegancia y también de sangre derramada en la nieve. Litros y litros de sangre derramada. El Imperio rusoaumentó durante su largo reinado una media de 142 metros cuadrados al día, o 52.000 metros cuadrados cada año, mientras de fondo se sacrificaban a miles de campesinos, los zares torturaban y mataban a sus hijos, los herederos envenenaban a sus padres, las zarinas asesinaban a sus maridos y un elenco de personajes grotescos desfilaba por la corte.
El final definitivo de la dinastía fue, como no podía ser de otra manera, igual de violento. La tragedia transcurrió en los tiempos convulsos de Nicolás II, un personaje inmovilista y débil, aferrado hasta el final a una autocracia sagrada y atrapado por algo tan devastador como la Revolución Rusa. El Zar nunca llegó a entender la complejidad de su mundo y, de pronto, se vio en un sótano frío y sucio condenado a muerte.
Tras un periodo recluida en distintas residencia, la familia del Zar fue conducida por los bolcheviques el 17 de junio 1918 hasta el sótano de la Casa Ipátiev para fusilar a todos sus miembros, entre ellos sus cinco hijos, su perro, su médico y varios criados. El comisario del Sóviet de los Urales, Yákov Yurovski, al frente de nueve hombres, cumplió así estrictamente la orden de Lenin, líder de los bolcheviques, de hacer desaparecer sus cuerpos con ácido y enterrarlos en secreto a varios kilómetros.
Los últimos escritos de los protagonistas permiten reconstruir un diálogo angustioso en el estrecho sótano (cinco metros por seis metros) donde se ahogaron tres siglos de historia Románov:
-Alejandra Fiódorovna: ¿Cómo, no hay ninguna silla? ¿Ni siquiera podemos sentarnos?
-El comisario: Nikolái Aleksándrovich, en vista de que tus parientes continúan con su ataque al Sóviet, el Comité Ejecutivo de los Urales ha decidido tu ejecución y la de tu familia.
-Nicolás II: ¿Qué? ¿Qué?…
Ocho días después del asesinato, el Ejército blanco (los monárquicos) llegó a Ekaterimburgo e inició una investigación para saber qué había ocurrido con la familia imperial. Lenin ocultó su muerte y difundió rumores contradictorios que apuntaban a una fuga. De aquella confusión surgirían impostoras que se hicieron pasar por la princesa Anastasia y la noticia falsa de que habían logrado llegar a Londres. «Dios atiende mis oraciones por mi pobre y querido Nicky, por su familia y por Misha del que nada sé. ¡No se sabe ni dónde está!», se lamentó la madre del Zar por la falta de información.
Avanzado el verano, ABC daba así la noticia definitiva del asesinato: «Por tercera o cuarta vez en el breve espacio de unas cuantas semanas, las Agencias de información telegráficas volvieron a acoger el rumor de que el ex Zar Nicolás de Rusia ha sido asesinado. Como hasta ahora todos estos rumores fueron siempre seguidos de una rectificación absoluta, nos abstuvimos a recogerlos hasta que tuviesen confirmación oficial o, por lo menos, garantía de exactitud. Los despachos de hoy insisten en que la noticia es cierta». Aún hubo que esperar casi un siglo para que los cadáveres de la familia pudieron contar su historia a través de un análisis forense moderno y recibir sepultura cristiana en la catedral de San Petersburgo.
La otra masacre Románov
La historia de Nicolás II, aunque ocultada, terminó saliendo a la luz con los años e incluso se pudieron recuperar sus cadáveres. Hoy, su drama es uno de los más conocidos de aquella década en la que murieron reyes, cayeron varios imperios y se levantaron repúblicas por doquier, no así el de los otros Románov asesinados brutalmente en esas mismas fechas por los bolcheviques. Hasta dieciocho miembros de la familia fueron ejecutados de las formas más aterradoras.
Como cuenta Simon Sebag Montefiore en su libro «Los Románov: 1613-1918» (Crítica), el Comité Ejecutivo Central ordenó el asesinato de los demás Románov dispersos por el territorio ruso tras dar por correcta la decisión de Sóviet Regional de los Urales. El 18 de julio de 1918, por la noche, un pelotón de agentes soviético despertó a la Gran Duquesa Isabel Fiódorovna, hermana de la Zarina, y a Vladímir Paléi, poeta ruso y primo del Zar, cuando dormían en la Escuela Napolnaya de Alapáyevsk, también en los Urales. Con la excusa de que el Ejército blanco se acercaba a la localidad, la Gran Duquesa, Vladímir Paléi, una monja y tres sobrinos del Zar fueron sacados con las manos atadas y los ojos vendados a la calle. Solo uno de los sobrinos, de mayor corpulencia física se resistió, según narró uno de los verdugos:
«Era más fuerte que los otros. Tuvimos que luchar cuerpo a cuerpo con él. Nos dijo que no pensaba ir a ninguna parte, pues sabía que los iban a matar a todos. Se atrincheró detrás de un aparador». Presa del pánico, a los bolcheviques no se les ocurrió nada más inhumano que lanzar también a los hombres al pozo.
Sergio Mikháilovich, como se llamaba el sobrino más combativo, accedió al final a subir a un carro tirado por caballos tras recibir un disparo en el brazo. Todos los cautivos fueron llevados a una mina de hierro inundada. Cuando Sergio se volvió a resistir fue matado allí mismo. A Isabel Fiódorovna y a la monja que le acompañaba las apalearon hasta dejarlas inconscientes con las culatas de los rifles y luego las arrojaron al pozo. En ese momento «oímos un chapoteo en el agua y luego las voces de las dos mujeres». Presa del pánico, a los bolcheviques no se les ocurrió nada más inhumano que lanzar también a los hombres al pozo.
Ninguno se ahogó y, para que dejaran de gritar, uno de los soldados arrojó una granada. La bomba explotó y parecieron callar por un momento, hasta que volvieron a emerger voces del pozo. «Tiré otra granada. ¿Y qué creéis que pasó? Por debajo del suelo oímos unas voces cantando. Fui presa del terror. Cantaban la oración “Señor, salva a tu pueblo”».
Los verdugos lanzaron troncos de leña al pozo y les prendieron fuego. «Sus himnos siguieron elevándose a través de la espesa humareda». Al cabo de un rato, el silencio.
Lenin: «La Revolución no necesita historiadores»
No fueron los bolcheviques, según narra Simon Sebag Montefiore en «Los Románov: 1613-1918» (Crítica), más compasivos con otros Románov cercanos. El 27 de enero de 1919, el Gran Duque Nicolás Mikháilovich, célebre historiador ruso y miembro de la Familia real, su hermano Jorge, su primo Demetrio y Pablo Románov, hijo menor del Zar Alejandro II, fueron despertados por la noche en sus cuartos de la Fortaleza de San Pedro y San Pablo, donde permanecían cautivos tras pasar por distintas prisiones.
Se les ordenó desnudarse de cintura para arriba y salir al patio, frente a la catedral de Petrogrado. Pablo tuvo que ser sacado en camilla porque estaba demasiado enfermo para mantener de pie.
Los Románov fueron fusilados junto a la fosa, donde luego fueron arrojados sus cadáveres, incluido el de Pablo, que fue disparo en la camilla. Cuando el escritor Máximo Gorki apeló a Lenin para que, al menos, salvara al gran escritor Nicolás, el líder bolchevique respondió: «La Revolución no necesita historiadores».
Solo un Románov fue perdonado por los comunistas en esas fechas. El Gran Duque Nikola, nieto de Nicolás I de Rusia, fue liberado por la revolución en febrero de 1917 y, tras confiscarle sus negocios, a excepción de uno de sus cines, le ordenaron que abandonaran el país. Sin embargo, este investigador, constructor, coleccionista de arte, promotor de salas cinematográficas y librepensador pidió quedarse en Tashkent, lo que hoy es Uzbekistán, gestionando su gran patrimonio cultural. Estaba ya gravemente enfermo. Mientras los bolcheviques asesinaban a sus primos, él murió a los sesenta y siete años de neumonía cuando Lenin todavía no había decidido qué hacer definitivamente con él. Recibió un funeral oficial al que asistieron miles de personas.
A la Emperatriz María Fiódorovna, viuda de Zar Alejandro III, y a sus parientes no es que le perdonaran la vida, es que simplemente lograron escapar a tiempo. Esta parte de la familia, tan famosa por buscar durante años a la desaparecida Anastasia, permaneció bajo la protección del káiser alemán en la zona de Crimea durante los primeros años de la Revolución. Cuando el káiser abdicó y los alemanes retiraron su protección, María Fiódorovna huyó con la ayuda de la Corona británica, que evacuó a un total de cincuenta personas de su séquito.
Los grandes duques supervivientes se pelearon por la herencia familiar y por proclamarse herederos del Zar. Cada rama y cada clan buscó su refugio en casa de parientes de sangre real, de modo que hoy sus descendientes están dispersos entre Europa y Asia.
Fuente: abc.es