Por Sergio Muñoz Riveros.
Es explicable el temor que existe en cuanto a que las fuerzas de izquierda repitan el modelo de oposición que aplicaron en 2019. Lo que no sirve es la actitud fatalista ante tal posibilidad. Es necesario plantear ahora mismo ante el país que no puede haber ambivalencias respecto de la protección de la estabilidad institucional.
Consultado por radio Infinita sobre el nivel de madurez logrado por Boric y el Frente Amplio después de su experiencia de gobierno, el economista Óscar Landerretche afirmó: “Me gustaría que, si hay un gobierno de derecha, traten de no derribarlo, ni convertir el país en un maldito infierno y quemar iglesias. Quiero ver eso. ¿Estoy convencido de que eso no va a ocurrir? No, no estoy convencido”.
Hay que agradecer la franqueza de Landerretche al plantear sus dudas acerca de cómo actuaría el FA si vuelve a estar en la oposición, pero las mismas dudas pueden plantearse respecto del PC y el resto de los partidos oficialistas, incluido el PS, del cual él es militante. No hemos olvidado que todos ellos actuaron de un modo turbio frente al segundo gobierno del presidente Piñera, y llegaron a entusiasmarse con la posibilidad de que su desplazamiento les permitiera regresar a La Moneda por una vía “no tradicional”.
Las dos acusaciones constitucionales contra el mandatario buscaron precisamente eso. Es sabido que, en los días del octubrismo, en el seno del PS se consideró la eventualidad de forzar la caída de Piñera con una metodología que, en los hechos, combinaba el delirio callejero y la frivolidad parlamentaria.
Quizás no todos los partidos oficialistas participaron directamente en el plan de devastación de Santiago y otras ciudades, pero algunos sí lo hicieron. En el caso del PC, hubo una explícita apuesta por la sublevación que quedó pendiente en 1986. Jadue dijo en una entrevista que, en vez de estallido, él prefiere hablar de “la revolución de octubre”. En aquellos días, el país vio emerger el golpismo de izquierda. Unos más, otros menos, todos los que hoy integran el bloque gobernante se dedicaron a echarle leña al fuego y a difundir dentro y fuera de Chile la historia de que había surgido una nueva dictadura que debía ser derribada de cualquier modo. El régimen de Maduro se jugó por eso.
Mientras subsistan las ambigüedades para juzgar el más grave ataque sufrido por la democracia desde 1990, y se mantenga el relato de una falsa epopeya con el que se ha buscado adormecer los escrúpulos republicanos de mucha gente, el futuro de nuestra convivencia estará en riesgo. El régimen democrático no puede sostenerse sin un compromiso inequívoco con sus reglas. La táctica de tomar la parte de la legalidad que conviene y darle la espalda al resto es simplemente inaceptable. ¿Hace falta probar que el cuento constituyente fue, en los hechos, una técnica de socavamiento del Estado de Derecho para imponer en Chile una fórmula autoritaria?
Son razonables las aprensiones de Landerretche respecto de cómo actuarían los actuales aliados de su partido en el futuro próximo, pero ello obliga a preguntarse por la validez de la alianza. La primaria oficialista supone que los socialistas están comprometidos a apoyar a Jara o Winter si resultan ganadores. En tal caso, ¿el PS y el PPD cerrarán los ojos y dirán “que sea lo que Dios quiera”?
Es explicable el temor que existe en la derecha en cuanto a que las fuerzas de izquierda repitan el modelo de oposición que aplicaron en 2019. Lo que no sirve es la actitud fatalista ante tal posibilidad. Es necesario plantear ahora mismo ante el país que no puede haber ambivalencias respecto de la protección de la estabilidad institucional.
Los debates de la campaña presidencial no pueden eludir la cuestión del rechazo de la violencia política. Frente a esto, es habitual que ciertos representantes de la izquierda digan que “se busca criminalizar al movimiento social”, que no pasa de ser una excusa para validar cualquier desmesura. Como sabemos, la palabra “social” ha sido usada descaradamente para camuflar lo que es antisocial.
La democracia no será viable sin un pacto explícito de todos los partidos con vistas a sostener los principios y procedimientos que hacen posible la vida en libertad. Ello implica reconocer el monopolio de la fuerza por parte del Estado. Ya sea que las amenazas antidemocráticas vengan desde la izquierda, ya sea que vengan desde la derecha, habrá que unir a la mayoría de los chilenos para hacerlas fracasar.
Fuente: ex-ante.cl