Durante años, Venezuela ha sido sinónimo de crisis, migración y sufrimiento. Pero esa no es nuestra identidad, es solo el reflejo de malas decisiones políticas que han destruido lo que fuimos y frenado lo que podríamos ser.
Hoy, desde la raíz misma de la sociedad venezolana, surge una propuesta seria, posible y comprobable, basada en principios que han funcionado en otras naciones que también enfrentaron la ruina y se levantaron.
¿Cómo se construye una Venezuela próspera y digna?
Aplicando los pilares universales del desarrollo:
Libertad económica real: abrir los mercados y permitir que el talento y el trabajo prosperen.
Respeto irrestricto a la propiedad privada: clave para atraer inversiones y multiplicar la producción.
Libre comercio: eliminar barreras y conectar con el mundo para generar riqueza.
Educación técnica y empresarial de calidad: capacitar a los venezolanos para liderar el cambio.
Gobierno descentralizado y transparente: empoderar al ciudadano y reducir la corrupción.
Pero además de los principios económicos, hay algo igual de esencial:
erradicar la incompetencia política y la corrupción sin excusas ni banderas.
Cada acto de politiquería, cada robo desde el poder, significa menos comida, menos salud, menos educación, menos futuro para millones. Significa salarios que no alcanzan, pensiones humillantes, hospitales vacíos. Eso debe cambiar.
Y puede cambiar.
Como ingeniero civil, sé que todo gran proyecto comienza con una base sólida. Y como venezolano, sé que nuestra gente ya ha aguantado suficiente. Esta propuesta no es un discurso bonito: es un plan viable, sustentado, medible, que parte desde la producción real —como la agricultura— y se expande hacia todos los sectores productivos del país.
El ejemplo es claro: un agricultor puede ganar más de mil dólares mensuales con una hectárea bien trabajada de yuca. Si eso se escala, se organiza y se conecta con tecnología, logística y comercio, no estamos hablando de teoría: estamos hablando de dignidad real y de prosperidad compartida.
Venezuela no es un país pobre. Es un país empobrecido por decisiones equivocadas.
Y hoy, tiene la oportunidad de corregir su rumbo.
Como en Alemania tras la guerra o en Japón tras las bombas, los pueblos que renacen son los que apuestan por el trabajo, la innovación y la libertad.
Venezuela puede hacerlo. Lo va a hacer.
Y quienes creemos en eso no vamos a rendirnos.
Invito a la comunidad internacional, especialmente en países como Chile que han recibido con generosidad a miles de compatriotas venezolanos, a conocer esta visión, compartirla y respaldar los caminos que sí construyen futuro.
Porque cuando un país se reconstruye con dignidad, gana toda la región.
Por Rubén Barroso
Contacto: rubening.civil92@gmail.com