Precedida de un notable éxito económico en EEUU y alzándose como taquillazo sorpresa por encima de los títulos de gran espectáculo típicos del verano, Sound of Freedom es un thriller dramático de bajo presupuesto pero con un claro objetivo: denunciar el tráfico sexual infantil a través de la historia (basada en hechos reales) del agente Tim Ballard, que abandonó su trabajo en Seguridad Nacional para desarticular por su cuenta una red pedófila en Latinoamérica.
La película llega rodeada de polémica debido a su presunto contenido religioso (su protagonista, un apropiado Jim Caviezel, no solo encarnó a Jesucristo en la película de Mel Gibson sino que tampoco ha ocultado su catolicismo o adscripciones políticas) y su supuesta cercanía a las teorías QAnon, que denuncian la existencia de una red pedófila formada por famosos y políticos demócratas a lo largo y ancho del globo. Una vez vista, lo que desde luego acaba pesando más que todo eso es la eficacia de un thriller de construcción clásica, que, en primer lugar, demuestra la vigencia de esas películas medias que Hollywood ha abandonado en pos del blockbuster más caro y presuntuoso, y en segundo, lucha por mantener un precario equilibrio entre thriller convencional y película dramática de denuncia bastante olvidado por la industria.
Lo malo del filme de Alejandro Monteverde son ciertos excesos verbales y el evidente efecto afectado y melodramático que busca crear en según qué momentos. La película se muestra mucho más eficaz cuando más simple se mantiene, como ese conjunto de secuencias iniciales en las que el héroe no puede evitar las lágrimas ante lo que observa en la pantalla de su ordenador. Monteverde utiliza la imagen para narrar, pero en otras cede a otros intereses y trata de interpelar al espectador de manera demasiado obvia y sentimental. Por suerte, la elegante, aunque un tanto plana, puesta en escena ayuda a encarrilar esos excesos de tv movie.
Sound of freedom, debido precisamente a una sencillez lindante con el clasicismo, contiene relativamente bien estos excesos y destaca por otras secuencias y aciertos: el eficaz tono pesadillesco con el que Roberto (José Zúñiga) descubre que sus dos pequeños han sido secuestrados, la manera en la que el excelente Bill Camp defiende un personaje que es un mero elemento funcional de la trama, el de Vampiro, y por qué no, el uso de temas musicales latinos para agilizar la acción. Que el filme se hubiera beneficiado de un tono más oscuro y terrible, sobre todo dada la acertada cinematografía de Gorka Gómez Andreu y la musica de Javier Navarrete, es casi indiscutible, pero también que Sound of Freedom, polémicas sobre su financiación y posible ideología aparte, consigue distanciarse de otras odiseas vengativas con una aceptable eficacia.
Fuente: libertaddigital.com