Un gigante en problemas

Un gigante en problemas

Algunos observadores piensan que está llegando a su fin uno de los eventos más extraordinarios de la historia del desarrollo económico. El impresionante despegue de la economía china en las últimas cuatro décadas sacó de la pobreza a cerca de 800 millones de personas, logró que su PIB se multiplicara por 25 y permitió que ese país se convirtiera en una potencia mundial de primer orden.

Las predicciones de crecimiento del PIB chino, por mucho tiempo una de las maravillas de la economía mundial, son ahora modestas. Varios analistas prevén tasas de crecimiento de menos del 4% en los próximos años y algunos hablan del 2% en 2030. En este año, incluso, será difícil que alcance la meta oficial del 5 % anual.

Varios datos recientes confirman estos pronósticos. El aspecto más delicado es la situación caótica del sector de la construcción, acompañada de un excesivo endeudamiento y la debilidad creciente del sector financiero, hasta el punto de que se teme una crisis semejante a la de Lehman Brothers en 2008. Pero esto no es todo. Todos los días se confirman los datos sobre la reducción y el envejecimiento de la población, así como el bajo crecimiento de la productividad. Y la expansión del consumo de los hogares es muy lenta; están cayendo las exportaciones y el desempleo de los jóvenes es muy alto. El pesimismo se refuerza al registrarse una tasa de inflación negativa, una señal inocultable de la postración de la demanda.

La situación de China –un gran comprador de mercancías de todo el mundo y productor de elementos esenciales para muchas economías– preocupa a los mercados internacionales. Ya que China es el principal socio de más de 120 países, la profundización de su crisis puede afectar seriamente el comercio y el crecimiento de la economía mundial. Por esta razón, existe incertidumbre y los mercados internacionales de capitales reflejan los temores del posible impacto de esos problemas en el resto del planeta.

La reacción de las autoridades chinas –cada vez más autocráticas y responsables del desastroso manejo de la pandemia del COVID– no alimenta la confianza de que pronto se solucionarán sus problemas económicos. Para impulsar la demanda están reduciendo muy lentamente sus tasas de interés y, al parecer, no existe todavía una estrategia de largo plazo para gestionar la crisis de la construcción, contener los problemas financieros y estimular el consumo de los hogares, hoy muy lejos del que debería tener una economía de su tamaño. Lo peor es que el gobierno, ante la avalancha de malas cifras, ha reaccionado suspendiendo la publicación de algunas estadísticas. Desde hace algún tiempo no se difunden los datos de confianza del consumidor, del desempleo de los jóvenes y los índices GINI, que miden la desigualdad de la distribución del ingreso. Como es natural, este ocultamiento confirma los peores temores sobre la situación de este país.

La estabilidad y el crecimiento de la economía mundial, en especial la situación de numerosos países en desarrollo, necesitan que China resuelva satisfactoriamente los problemas que afectan su aparato productivo y financiero. Es del interés de todo el mundo que este país mantenga una tasa estable de crecimiento económico, así sea inferior a las cifras extraordinarias que exhibió en los años posteriores a sus sonadas reformas de finales de los setenta.

Fuente: elespectador.com