Hace ya algún tiempo que la asunción de la ideología woke está causando estragos en algunas marcas. Ya se observó con el caso de la firma de cervezas Budweisser, de la empresa Bud Light, cuando tuvieron que cesar a la vicepresidente de marketing, Alissa Heinerscheid tras elegir a la influencer transgénero Dylan Mulvaney como imagen de la marca. Sus pérdidas fueron de cuatro millones en bolsa y toda una muestra del rechazo que provocó esta decisión.
Pero esta no es la única marca que se ha visto afectada por su apoyo a esta ideología. Otras como la firma de supermercados Target con su lanzamiento de bañadores para menores transgénero o incluso centros educativos como la escuela secundaria Marshall Simonds con su celebración del día del orgullo, han recibido su correspondiente ola de descontento y protestas.
Ahora es Disney quien se enfrenta al problema que estos otros sufrieron. Su rendición a las políticas progresistas y el abandono de su objetivo original, el entretenimiento de los niños, en favor de lo «políticamente correcto» está llevando a la empresa a la pérdida de beneficios. Esta situación, que la empresa lleva arrastrando desde hace tiempo, se agravó especialmente cuando la empresa decidió enfrentarse al gobernador republicano de Florida, Ron DeSantis, tras la aprobación de una ley en defensa de los derechos de los padres para elegir la educación de sus hijos. Para ello, Disney hizo público un comunicado oficial contra la ley, y se comprometió a aumentar su producción de temática gay y de género.
Esta deriva ha resultado muy perjudicial para la empresa de entretenimiento; su capitalización de mercado ha sufrido pérdidas de casi 34.000 millones de dólares. Concretamente, a partir del 28 de marzo, día en que la empresa realizó un comunicado en contra de la ley, su capitalización de mercado ha caído hasta los 33.900 millones de dólares.
Y esta caída parece no tener fin. El ejemplo más reciente de que la situación continúa es el fracaso sufrido con una de sus últimas producciones, el remake live action de La Sirenita, tras el cual despidieron a su «directora de diversidad», Latondra Newton, quien había sido la encargada de películas como la mencionada o la también polémica Lightyear, y cuya misión era supervisar el «compromiso de la compañía de producir un entretenimiento que refleje una audiencia global y mantenga un lugar de trabajo acogedor e inclusivo para todos», tal y como señalaba la nota que anunciaba su desvinculación.
Y es que, a pesar de que La Sirenita obtuvo unos buenos números en la taquilla estadounidense, en el resto del mundo no fue tan bien recibida. Al contrario que su precedente, Aladdin, que también se estrenó en un Memorial Day y recaudó alrededor de 1.005 millones de dólares en todo el mundo, frente a La Sirenita, que solamente recaudó 68,3 millones de dólares en taquillas internacionales y su debut en China resultó desastroso, siendo este uno de los países donde se esperaba triunfar.
Igualmente, otro de los ejemplos que muestran el hartazgo de la población hacia ese adoctrinamiento es el hecho de que, desde hace algunos años, Disney World está perdiendo visitantes.
El parque temático de Florida se encuentra medio vacío en las vacacionesy los tiempos de espera de las atracciones se ha reducido notablemente. Una empresa que registraba el tiempo de espera en las colas ha demostrado que el fin de semana del Día de la Independencia fue uno de los más bajos en casi una década. Asimismo, también se constató que, en este periodo, se pudieron conseguir reservas de última hora en el restaurante Topolino’s Terrace, en el complejo Disney’s Riviera Resort, el cual suele agotarse con semanas de antelación.
En definitiva, está claro que el abandono por parte de las marcas de su esencia y su sometimiento a lo «políticamente correcto» son un ejemplo de que no todo vale y de que, en ocasiones, lo que mayor beneficio parece que va a generar es justamente todo lo contrario.
Fuente: gaceta.es