¿Qué son los tres días de oscuridad profetizados por videntes y santos?

Como afirmaba el cardenal Joseph Ratzinger: “Los videntes ven, pero es la Iglesia quien interpreta”

Actualmente hay un gran interés en la lectura de revelaciones privadas y mensajes de santos que hablan en un lenguaje apocalíptico, y se toman peligrosamente al pie de la letra si no hay una adecuada catequesis al respecto. Esto sucede especialmente con temas especialmente vinculados al fin del mundo, el infierno, el purgatorio, ángeles y demonios.

Tal vez sea una natural reacción al exceso de secularización interna que ha vivido la Iglesia católica, que en las últimas décadas ha abandonado o marginado en la catequesis estos temas.

El problema es que las enseñanzas que circulan sobre cuestiones escatológicas o sobrenaturales no se encuentran dentro de la sana doctrina de la Iglesia, sino que se interpretan en forma literal y mágica, fomentando no pocas veces una gran superstición y una imagen de Dios contraria a la revelada por Jesús en el Evangelio.

Incluso hay quienes citan a exorcistas que solo ejercen un ministerio pastoral como si fueran demonólogos autorizados para enseñar en nombre de la Iglesia.

De quién fiarse

En la Iglesia, son los obispos los que tienen la potestad de enseñar con autoridad sobre estos asuntos que tocan a la fe. Lo demás son opiniones, aun la de los teólogos.

Es importante en todos estos temas volver a la Biblia y al Catecismo de la Iglesia Católica, para saber lo que realmente creemos los católicos y no caer en supersticiones y miedos irracionales.

En todos los tiempos de crisis surgen con mucha fuerza profecías y visiones sobre el fin del mundo y el tono apocalíptico suele confundir a muchos creyentes que toman literalmente las imágenes de muchas visiones que han tenido santos y videntes.

La idea de que “llegarán tres días de oscuridad” y que se desatará una horda de demonios sobre la humanidadacompañados de toda clase de pavorosos sufrimientos y calamidades, se ha repetido desde el siglo XIX por religiosas con experiencias místicas como Ana Catalina Emmerick.

Luego se vinculó con las apariciones de Fátima, y fue reavivado el tema con fuerza en los  llamados “secretos” de Medjugorje, así como también en escritos atribuidos al Padre Pío. ¿Cómo se deben interpretar esos “días de oscuridad”?

Revelaciones privadas en la Iglesia

El Catecismo de la Iglesia Católica enseña:

“A lo largo de los siglos hubo revelaciones llamadas privadas, algunas de las cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia. Sin embargo, no pertenecen al depósito de la fe. Guiados por el Magisterio de la Iglesia, los fieles deben discernir y acoger lo que en estas revelaciones constituye una llamada auténtica de Cristo o de sus santos a la Iglesia”.

Es decir que no están los católicos obligados a creerlo, porque no pertenece a la Revelación pública, no están a la misma altura de la Palabra de Dios ni de la Tradición de la Iglesia.

San Juan de la Cruz escribió al respecto:

“Si la fe ya está fundada en Cristo y en el Evangelio, no hay para qué preguntar más. En Cristo, Dios ya dijo todo lo que tenía que decir. Y buscar nuevas revelaciones y o visiones sería una ofensa a Dios, pues sería como sacar los ojos de Cristo, buscando alguna otra novedad”[1].

Son la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia quienes juzgan cualquier tipo de revelación privada y no al revés. Como afirmaba el cardenal. Joseph Ratzinger: “los videntes ven, pero es la Iglesia quien interpreta”.

¿Qué es lo que ve un vidente?

Las apariciones o visiones -cuando son verdaderas-, no son una comunicación directa con Dios, en estado puro. En el mensaje del vidente se mezclan sus experiencias psicológicas y culturales, su visión del mundo, la mentalidad de la época y otras muchas cosas.

Lo que enseñan que nunca debe tomarse al pie de la letra en forma fundamentalista. Los videntes, aunque sean grandes santos y místicos, siempre transmiten una experiencia reelaborada por su subjetividad psíquica y espiritual.

El 26 de junio del año 2000, el entonces cardenal Joseph Ratzinger en su comentario teológico al tercer secreto de Fátima escribe:

«Está claro que en las visiones de Lourdes, Fátima, etc. no se trata de la normal percepción externa de los sentidos: las imágenes y las figuras, que se ven, no se hallan exteriormente en el espacio, como se encuentran un árbol o una casa.

Esto es absolutamente evidente, por ejemplo, por lo que se refiere a la visión del infierno (descrita en la primera parte del «secreto» de Fátima) o también la visión descrita en la tercera parte del «secreto», pero puede demostrarse con mucha facilidad también en las otras visiones, sobre todo porque no todos los presentes las veían, sino de hecho sólo los «videntes»…

El sujeto, el vidente, está involucrado de un modo aún más íntimo. Él ve con sus concretas posibilidades, con las modalidades de representación y de conocimiento que le son accesibles.

Tales visiones nunca son simples ‘fotografías’ del más allá, sino que llevan en sí también las posibilidades y los límites del sujeto perceptor».

La autoridad de santos y videntes

Se ha enseñado desde la Santa Sede que este tipo de mensajes no deben entenderse como descripción con sentido fotográfico de acontecimientos futuros, por lo que la clave de lectura es de carácter simbólico y espiritual, pero no un cronograma del futuro.

La santidad de una persona no la hace necesariamente una autoridad doctrinal para la fe de la Iglesia. Si tuvo visiones o realizó profecías, no se toman como verdad revelada por Dios, sino que ha de interpretarse por el Magisterio de la Iglesia como revelación privada.

Los santos en la historia de la Iglesia son un tesoro de sabiduría espiritual y son un modelo del seguimiento de Cristo para los creyentes, pero no un oráculo sobre el futuro.

¿Y los tres días de oscuridad?

No son doctrina de la Iglesia, ni algo que se deba creerse en forma literal, sino como un llamado piadoso a la conversión y a la perseverancia en la oración. Esta enseñanza no aparece en los Evangelios ni en la Tradición de la Iglesia.

Cuando la Biblia utiliza la expresión «fin de los tiempos», no está expresando simplemente que todo acabará, sino que la realidad será transformada en un «cielo nuevo y una tierra nueva».

«En cuanto al día y la hora, nadie lo sabe ni los mismos ángeles del cielo, ni siquiera el Hijo de Dios. Solamente el Padre lo sabe» (Mt. 24, 36 y Mc. 13, 32).

Fin del mundo

Jesús no dio fecha ni horario para que podamos agendarlo. «A ustedes no les toca saber cuándo o en qué fecha el Padre va a hacer las cosas que solamente El tiene autoridad para hacer» (Hch. 1, 1-7).

De hecho, cuando en la Biblia «se habla del fin del mundo, la palabra «mundo» no se refiere primariamente al cosmos físico, sino al mundo humano, a la historia del hombre. Esta forma de hablar indica que este mundo llegará a un final querido y realizado por Dios»[2].

Los textos bíblicos sobre el fin expresan su finalidad, no una cronología futura de los hechos. De allí que cualquiera que pretenda sacar conclusiones sobre cómo será el futuro con los textos apocalípticos, fracasará, porque no revelan el futuro.

Los contenidos de estos textos expresan una lógica superior que liga los acontecimientos históricos englobándolos en un plan que da sentido a toda la historia: el plan de Dios, quien es el dueño absoluto de la historia.

No sería raro que quienes buscan afanosamente adivinar la llegada de esos fatídicos tres días de oscuridad, lleven ya muchos años en penumbras…

[1] San Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo, libro II, cap. 22.

[2] RATZINGER, Joseph. (2000). Introducción al cristianismo. Salamanca: Sígueme. p. 264.

Fuente: es.aleteia.org