El rector de la Universidad Diego Portales y analista influyente, disecciona la escena política chilena a una semana de la instalación de la convención que redactará la nueva Constitución.
El abogado chileno y rector de la Universidad Diego Portales, Carlos Peña, tiene una pluma influyente. Sus análisis de la coyuntura local y sus columnas dominicales en el diario El Mercurio, donde no teme ir a contracorriente, generan opinión y debate en un país donde la escena política cambia con las horas. A una semana de la instalación de la convención constitucional el domingo pasado y a pocos días de la primaria presidencial de la derecha y la izquierda el 18 de julio próximo, Peña analiza en esta entrevista el movimiento político chilenoy las primeras horas del órgano constituyente. Acaba de publicar Ideas periódicas. Introducción a la sociedad de hoy, un conjunto de ensayos que promueven la reflexión, en tiempos de inmediatez.
Pregunta. ¿Qué señales ha entregado la convención en sus primeros días de funcionamiento?
Respuesta. La más obvia ha sido que ha puesto en escena el núcleo traumático de la sociedad chilena. Todas las sociedades cuentan con un trauma sobre el que se erigen y que luego cubren. En el caso de Chile se trata ante todo de la exclusión por razones étnicas que se llevó a cabo para erigir el Estado nacional que fue, durante el siglo XIX y buena parte del XX, el más estable de la región.
P. ¿Qué significa para Chile la llegada de una mujer mapuche, Elisa Loncón, a la presidencia del órgano?
R. La irrupción de la política de la identidad en la esfera pública: la idea de que, al lado de la ciudadanía abstracta, hay identidades que, por razones de género, étnicas o de otro tipo han debido forjarse a la sombra de la exclusión. Esas identidades hoy reclaman un lugar en la democracia liberal y en las sociedades que, como la chilena, han experimentado un rápido e inconcluso proceso de modernización. No creo, sin embargo, que estemos en presencia del indigenismo como ideología global, algo que sí está presente en otros países de la región como Bolivia, o del reclamo de autonomía semejante al caso de Cataluña, como ocurre en España.
P. Al margen de lo simbólico, ¿cómo observa a Loncón desde el punto de vista político?
R. Si ella quiere asumir un liderazgo que convoque, debe evitar la mera reivindicación o el particularismo de su discurso, para en cambio construir uno que apele a los intereses de todos. Hasta ahora su discurso es más bien particularista –esgrime el punto de vista de los pueblos originarios– y la democracia requiere más universalismo, apelar a los intereses de todos. Ese es el desafío de la democracia.
P. ¿Existen obstáculos para el diálogo racional indispensable para la democracia, como señala en su último libro?
R. Los cambios constitucionales siempre están en medio de una paradoja: requieren diálogo racional, pero el conflicto que desata los cambios suele socavar las condiciones para que ese diálogo se produzca. El desafío de la política es moverse en medio de esa paradoja. Al interior de la convención debieran surgir liderazgos capaces de resolverla. Si, en cambio, predomina el asambleísmo a mano alzada (y algo de eso se ha visto en los primeros días) la deliberación se hará más difícil.
P. ¿Chile está polarizado?
R. No lo creo. Las encuestas y los estudios de opinión parecen indicar que la élite está polarizada; pero no la ciudadanía.
P. Y, entonces, ¿en qué está la ciudadanía?
R. La ciudadanía está más bien en medio de una crisis desatada por el proceso de modernización y sus desafíos pendientes. La gente vive una distancia entre las expectativas que ese proceso exitoso desató, por una parte, y la experiencia a la que accede, por la otra. Achicar la distancia entre las expectativas que abriga una ciudadanía más autónoma (la más educada y con mayor bienestar de la historia de Chile), por un lado, y la experiencia que hacen posible las instituciones, por la otra, es el desafío que hay que afrontar.
P. ¿Existen muchas expectativas sobre el proceso constituyente?
R. Sí, y como suele ocurrir, expectativas desmesuradas que los propios convencionistas han alimentado. Ese es el peligro: que la ciudadanía crea que una carta constitucional resuelve los problemas, cuando en verdad debe crear un marco para que sea la política quien lo haga.
P. Si hay altas expectativas, ¿cómo se entiende la baja participación en los procesos electorales?
R. Es habitual que algo así ocurra en procesos con voto voluntario. Y es una muestra que la imagen de la sociedad chilena como una sociedad efervescente de anhelos y de malestares, una sociedad politizada al extremo, anhelante de torcer el rumbo y empezar de nuevo no es correcta.
P. La oposición –la centroizquierda, la izquierda y los independientes anti sistema– son mayoría en la convención. ¿No parecieran previsibles los resultados del debate dadas las fuerzas en juego?
R. Una Constitución supone pronunciarse sobre materias tan complejas como la forma del Estado (cuánta autonomía tendrán las regiones), el régimen político (si presidencialismo o parlamentarismo), la autonomía y existencia de ciertos órganos (como el Banco Central o el Tribunal Constitucional), los derechos individuales que inmunizan contra el poder del Estado, los derechos sociales. Lo más probable es que, luego del debate y una vez que aparezcan liderazgos intelectuales al interior de la convención, haya acuerdos cruzados en torno a cada uno de esos temas y aparezca el centro. Si todo fuera previsible podríamos ahorrarnos el esfuerzo de discutir ¿no le parece?
P. La derecha está arrinconada, con apenas 37 escaños de los 155. ¿Terminará siendo irrelevante?
R. Mi opinión es que si la derecha sigue empeñada en lo que atrae a su audiencia más tradicional (sectores conservadores, el voto de clase) será irrelevante. No lo será en cambio si es capaz de moverse al centro en medio del debate. La derecha no debiera temer a un acuerdo constitucional como el que alcanzó España en el 78. En esto la próxima elección presidencial (que se realizará en medio del proceso constitucional) será el mejor signo de qué derecha habrá en Chile. No me apresuraría en cualquier caso a ver a la derecha arrinconada: desde el punto de vista presidencial sigue teniendo muchas posibilidades y un candidato, Joaquín Lavín, muy competitivo.
P. ¿Tiene alguna opción la derecha de retener el Gobierno en las presidenciales de noviembre?
R. Creo que sí. Hay aquí otra paradoja. Existe un Gobierno de derecha en el suelo y una oposición exultante; pero al mismo tiempo el candidato de derecha es muy competitivo (me atrevo a augurar que será Lavín) y la oposición de izquierda y centroizquierda está dividida. Esto aumenta las posibilidades que el candidato de derecha pase a la primera vuelta y que ahí el voto de centro en un esquema de voto obligatorio le de el triunfo.
P. ¿Existe la opción de que la asamblea se declare “soberana”, como pretenden sectores de izquierda como el PC?
R. No, no hay ninguna posibilidad jurídica de que algo así ocurra. Jurídicamente equivaldría a que la convención socavara las bases de su propia existencia ¿Hay, en cambio, posibilidades fácticas o empíricas de que algo así ocurra? Tampoco. Al margen de los deseos de replicar procesos como el boliviano, no veo posibilidades de que algo así ocurra en Chile. El Partido Comunista no adhirió al acuerdo que dio origen al actual proceso y no es leal que desatienda ahora lo que todo el resto de las fuerzas políticas convino.
P. Parte de los convencionales insisten en la libertad para los presos de las revueltas sociales, porque, según indican, fue gracias a las revueltas que fue posible el proceso constituyente. ¿Es legítimo?
R. Pienso que no. La razón que formulan no me parece correcta: ni los delitos que han causado esos procesos son la causa de que se haya instalado la Convención, ni es correcto considerar que el incendio y otros delitos se legitimen como arma de acción política.
P. ¿Existen en Chile presos políticos?
R. No, no hay en Chile presos de conciencia o presos políticos. Lo que hay son personas que han cometido delitos graves con propósitos políticos. Pero esto último es un delito en Chile y en cualquier democracia. La democracia acepta cualquier propósito; pero rechaza el empleo de medios violentos para conseguirlos.
P. ¿Camina Chile hacia una democracia avanzada, como se observa desde el extranjero?
R. Chile está en medio de una encrucijada. Hasta hace poco era el país más próspero de la región, y parecía uno de los que poseía mayores grados de institucionalidad y de legitimidad estatal. Era una excepción en la región. Y hoy tiene delante suyo dos caminos: el de una solución constitucional a la latinoamericana con profusión de derechos sociales sin límite (que coexisten con la pobreza cotidiana), democracia plebiscitaria (que estimula liderazgos por fuera de los partidos) o, en cambio, una solución constitucional más sobria, con atenuación del presidencialismo (o derechamente parlamentarismo); reconocimiento de los pueblos originarios y de la pluralidad cultural; con formulación de derechos sociales cuya consecución se entrega a la política; control constitucional independiente; y derechos individuales fuertes. Confío que los observadores europeos no entiendan por democracia avanzada aquello que no aceptarían en sus propios países.
P. ¿Es usted optimista o más bien escéptico del proceso que enfrenta el país?
R. Hoy es un deber cívico ser optimista.
Fuente: el pais.com