La Bandera de la concepción y su historia

La bandera es el único objeto que merece la rendición de la vida humana en defensa de su honra. Las banderas de Iquique y la Concepción no hacen sino confirmar el aserto. Una, hundiéndose en el abismo de los mares, al tope de palo de mesana y la otra viendo caer uno a uno a sus setenta y siete heroicos defensores. Ese glorioso jirón que flameó en La Concepción puede ser hoy venerado ante nuestros ojos y permanece, desde hace pocos años, bajo la custodia de la Escuela Militar.
¿Cómo se salvó del horrible holocausto? ¿Quién la guardó tantos años? ¿De qué forma llegó a la Escuela Militar? Al examinarla, se comprende que lo más probable es que haya sido confeccionada artesanalmente por las manos de esas mujeres excepcionales que, bajo la denominación de cantineras, estaban agregadas a la Compañía. La bandera sólo mide 55 por 38 centímetros y ella consiste en tres géneros de distinta factura, cada uno de un color –azul, blanco y rojo- los que están cosidos a puntadas minuciosas, pero inevitablemente burdas. Sobre el campo azul pusieron una asimétrica estrella blanca a la que, con amorosa prolijidad, cosieron sendas mostacillas brillantes en cada una de sus puntas.
Tal cual. Sencilla, artesanal y rústica es la colosal enseña de la Concepción que se mantuviera izada durante todo el combate.
Después de rescatada del poblado serrano, el entonces coronel Estanislao del Canto guardó celosamente el pequeño emblema patrio, como el más querido de sus recuerdos de guerra. En su poder la mantuvo por treinta y dos años, hasta que llegando la ancianidad, resolvió hacer una singular entrega. Durante esa época, los veteranos de la guerra se lamentaban legítimamente el escaso relieve que el Estado de Chile y sus entidades históricas otorgaban a las hazañas llevadas a cabo en la Guerra del Pacífico. Específicamente, al glorioso Combate de La Concepción, sólo la ciudad de Curicó le había rendido homenaje en la persona de su hijo, el subteniente Luis Cruz Martínez, a quien le habían levantado un monumento. Increíble, pero la provinciana ciudad se había adelantado a la metrópolis santiaguina. Este gesto, como es natural, conmovió al viejo general y decidió donar su preciada bandera a las tierras regadas por el Teno, por intermedio de su amigo don Manuel José Correa.
En un libro escrito por don Armando Donoso, su autor publica entrevistas que hizo a personalidades del siglo XIX y que aún estaban con vida a principios de los novecientos. Entre los célebres entrevistados, se encuentra el general Del Canto, que se refiere al episodio de la bandera de la Concepción en los términos siguientes:
“Cuando yo llegué al pueblo de la Concepción me dirigí a la casa de don Fernando Valladares, a donde me habían alojado otras veces… El único que había en la casa era un sirviente español, cuyo nombre no lo recuerdo, quien me dijo que la familia se había refugiado en Ocopa el día antes, y este español me relató todos los incidentes del combate, haciéndome salir al corredor de la casa para enseñarme la manera y forma cómo habían iniciado el combate los asaltantes. Cuando salí al corredor divisé el cuartel que, en medio del humo que salía entre los escombros, flameaba nuestra bandera, y entonces ordené a mi ayudante, capitán Bisivinger, que me fuese a traer esa bandera y me la guardase cuidadosamente, la cual he conservado hasta hace tres años en la que la obsequié a mi amigo Manuel José Correa para que la diese a la Municipalidad de Curicó y la izasen como un recuerdo de las glorias alcanzadas por el héroe subteniente Luis de la Cruz (sic), que fue el último en sucumbir en la Concepción”.
En 1982, año en que se cumplía el primer centenario de la epopeya de La Concepción, por una feliz coincidencia, conversaban un día el general don Claudio López Silva con el señor Ruperto Vargas Díaz. Ambos contertulios muy aficionados a la historia, cayeron en el tema de La Concepción y para enorme sorpresa del general López, don Ruperto Vargas le contó que en su familia se guardaba la bandera chilena que había flameado durante el combate y que, con posterioridad, había llegado a manos de su tío abuelo, don Nicanor Molinare gallardo. El general López, sugirió de inmediato la posibilidad de que su familia hiciera donación al Ejército de la gloriosa enseña lo que se concretó en el palacio de la Moneda el 24 de junio de 1982.
Con ocasión de la vigilia de armas que se efectúan los subalternos, la noche anterior a su graduación de oficiales, la pequeña enseña tricolor es llevada en procesión desde el lugar en que se venera, hacia el busto del capitán Carrera Pinto y, enseguida, hacia la capilla de la Escuela. Allí, el capellán del Instituto exhorta a los futuros oficiales a que, frente a ese glorioso paño por el cual setenta y siete seguidores de la tradición militar chilena de no rendirse jamás ante el enemigo, cualquiera sean las circunstancias a que se vean sometidos.

Fuente: Diario La Segunda, viernes 10 de julio de 1998