Es uno de los países de la OCDE que menos clases ha perdido. La vacunación de los docentes y el aumento de las temperaturas reducen el riesgo de un cierre en el último trimestre.
De tanto verla, la imagen de colegios e institutos abriendo las puertas cada mañana independientemente de los vaivenes de la pandemia parece de lo más normal. Pero el caso español resulta, en realidad, bastante excepcional. Un informe de la OCDE situó este jueves al país dentro del grupo de Estados donde los alumnos perdieron menos días de clase el año pasado. Desde que empezó 2021, España sale todavía mejor parada en la comparación: los centros educativos han permanecido abiertos mientras casi todos los países a su alrededor enviaban en algún momento a sus estudiantes a casa.
Pese al repunte de casos de los últimos días y al incremento de la incidencia esperable tras las vacaciones de Semana Santa, los expertos creen que la vacunación de los docentes y el aumento de las temperaturas, que favorece la ventilación natural de las aulas, hacen improbable que España se vea forzada a cerrar las escuelas en el último trimestre.
España fue el año pasado el décimo país donde menos días de clase se perdieron (en torno a 50, con variaciones según las comunidades autónomas, cuyos calendarios no son idénticos), de un total de 30 analizados por la OCDE. Y desde que empezó 2021, los nueve países cuyas escuelas resistieron mejor el año pasado han tenido más problemas que España. Dinamarca, Alemania, Noruega, Bélgica, Holanda, Irlanda e Inglaterra (que aparece mencionada así en el informe del organismo internacional) se han visto forzados a suspender temporalmente las clases presenciales; Nueva Zelanda cerró en febrero las escuelas de Auckland, la mayor ciudad del país, y Francia, que se había resistido a hacerlo, anunció el miércoles que seguirá el mismo camino.
Los motivos
¿Por qué España aguanta mejor? La explicación reside, según los expertos, en una combinación de factores. Unos protocolos de prevención estrictos, que incluyen el uso de la mascarilla desde los seis años, la distancia interpersonal y el confinamiento preventivo de la clase entera (en la mayoría de autonomías) cuando se detecta un positivo en un grupo burbuja. Un clima benigno (comparado con el de la mayor parte del continente), que ha permitido mantener las ventanas abiertas. Y un elevado consenso en torno a la importancia de la enseñanza presencial, reforzado por la mala experiencia de la docencia en línea durante el confinamiento y por las críticas que generó la decisión de mantener cerrados los centros educativos a finales del curso pasado, cuando la situación epidemiológica había mejorado y el resto de actividades se fueron reactivando. El contraste con los bares, que sí volvieron a funcionar, fue el más comentado.
Los protocolos higiénico-sanitarios, unidos a la baja transmisibilidad de los niños, han mantenido bajos los contagios durante todo el curso en los centros educativos: al término del segundo trimestre, solo el 0,4% de las clases estaba en cuarentena. Y el acuerdo social sobre la importancia de mantener las escuelas abiertas ha llevado a las autoridades a descartar otros argumentos a favor de los cierres, como el de que implican una reducción de la movilidad no solo de los alumnos, sino con frecuencia de sus padres, que sí se han utilizado en otros países.
Llegados a esta altura del curso, los especialistas ven difícil otro cierre general. “Por mucho que aumente la incidencia en las próximas semanas”, afirma el epidemiólogo y pediatra Quique Bassat, “parece muy improbable que estemos peor de lo que hemos estado en las olas previas. Y además todo favorece: viene el buen tiempo y los docentes están vacunados. Si hemos aguantado hasta ahora, sería muy extraño que pasara [el cierre de centros]”, afirma Bassat, que añade que de momento no hay evidencias de que las nuevas variantes aumenten la transmisibilidad en los niños.
Fuente: elpais.com