María Calvo, experta en educación diferenciada, habla de la distinta maduración psicológica de niños y niñas, analiza el fenómeno del varón blando y las «mamás-bis» o la amenaza que la ideología de género supone para la familia.
Profesora titular de Derecho Administrativo (Universidad Carlos III) y madre de cuatro hijos, María Calvo es una autoridad en educación diferenciada que, frente a anacrónicos prejuicios, ha demostrado ser pedagógicamente más eficaz y también más equitativa que el modelo mixto.
En libros como Los niños con los niños, las niñas con las niñas, la profesora Calvo demuestra, con datos de la neurociencia, que la coeducación de niños y niñas en colegios mixtos perjudica su desarrollo intelectual y personal. Los países más desarrollados de nuestro entorno (EE.UU., Suecia, Reino Unido), ante el fracaso escolar, han optado por ofrecer clases separadas durante determinadas edades.
María Calvo también ha investigado un alarmante fenómeno: el robo de la masculinidad y la desaparición de la figura del padre, con las dramáticas consecuencias que comporta. Fenómeno incubado por el feminismo radical y cristalizado en la revolución del 68 que, según el psiquiatra francés Tony Anatrella, fue una revolución contra el padre y contra la autoridad.
La autora de obras como La masculinidad robada, Padres destronados o Alteridad sexual deshace en esta entrevista algunos de los tópicos que el feminismo radical ha extendido en la sociedad occidental.
El Tribunal Constitucional acaba de decir que la educación diferenciada forma parte de la libertad de enseñanza y que no supone una vulneración de la igualdad.
Alfonso Basallo: Si el TC lo avala y es la tónica en países como Reino Unido, Francia o Alemania, ¿por qué en España solo el 1% de los centros escolares son de educación diferenciada y ninguno es público?
María Calvo: Porque la educación mixta era un proyecto que llevaba en España casi cinco décadas (desde la ley de educación de 1970), la mayor parte de los colegios se habían convertido en mixtos y no se han descubierto las disfuncionalidades que genera hasta hace poco, gracias a los informes de PISA y los avances en neurociencia.
La educación mixta tenía como objetivo la igualdad de oportunidades entre los dos sexos, pero la experiencia pedagógica ha demostrado que no favorecía la igualdad de oportunidades sino todo lo contrario. Y que resulta contraproducente.
A.B.: Usted escribió el libro Los niños con los niños, las niñas con las niñas.
M.C.: Así es.
A.B.: ¿Y eso no suena a franquista?
M.C.: Lo que era franquista era la Ley General de Educación, del ministro José Luis Villar Palasí, de 1970. Y aquella ley abogaba por la educación mixta. Es al revés. Pero los prejuicios siguen pesando mucho en España.
A.B.: Lo moderno, lo pedagógico es, entonces, la educación diferenciada.
M.C.: En España se ha identificado con colegios católicos, religiosos, ultraconservadores… como si educación diferenciada tuviera que ver con religión o con moral, cuando con lo que tiene que ver es con práctica pedagógica.
«La neurociencia demuestra que el cerebro femenino madura dos años antes que el masculino en lectura y escritura. Y muchos creen que estudiar es cosas de niñas»
A.B.: ¿Hay relación de causa-efecto entre educación diferenciada y rendimiento escolar?
M.C.: Los chicos están fracasando escolarmente -y eso explica que a la universidad esté llegando un 60% de mujeres, frente a un 40% de hombres-; por cada niña repetidora hay dos niños repetidores… y una de las causas es la falta de comprensión en las aulas hacia la sexualidad masculina, que es diferente de la femenina.
La neurociencia nos ha demostrado que el cerebro femenino madura dos años antes que el masculino en lectura y escritura: con veinte meses, las chicas triplican el vocabulario de los chicos. Y estos jamás alcanzan a las chicas en expresividad emocional. Eso hace que muchos chicos tiren la toalla. Porque no se sienten comprendidos, se frustran al compararse con el otro sexo y terminan pensando que estudiar es cosa de chicas.
A.B.: Eso no quiere decir que sean tontos, sino diferentes.
M.C.: Exacto. Y comprender esas diferencias nos ayuda a facilitar que el rendimiento académico sea mejor. Y más justo, adaptándose a las necesidades masculinas o femeninas.
A.B.: La ciencia dirá lo que quiera, pero en la Universidad de Princeton prohiben decir “hombre” y en Indiana han expulsado a un alumno por decir que solo hay dos géneros…
M.C.: Y Lawrence Summers, rector de Harvard, tuvo que dimitir por decir que quizá habría que estudiar si existía algún factor biológico en las dificultades de las mujeres para ciencias y matemáticas. Y fue sustituido por una rectora lesbiana.
Y, sin embargo, es un hecho que el varón tiene más capacidad para el razonamiento matemático, por efecto de la testosterona. Los hombres tienen veinte veces más testosterona que las mujeres. ¿Que las mujeres pueden llegar a ser ingenieras? Por supuesto, pero tendrán que hacer un esfuerzo adicional. Porque no son iguales.
«La ideología de género es la muerte de la razón: solo se rige por sentimientos, sensaciones y emociones»
A.B.: Hay cátedras de Género que están negando, desde la ciencia, la diferencia hombre-mujer. ¿Quién tiene razón, ellos o usted?
M.C.: Sí, hay cátedras extendidas por muchas universidades. Y Naciones Unidas, principal impulsor de esa ideología, no da ayudas económicas a países en vías de desarrollo si no aceptan esa ideología en las escuelas. Pero lo que caracteriza a la ideología de género es la renuncia total de la ciencia. Es la muerte de la metafísica y de la razón: solo se rige por sentimientos, sensaciones y emociones. Yo puedo tener un cuerpo de mujer y sentirme hombre. Y esos sentimientos se convierten en derechos: yo siento que no puedo tener al hijo que espero y tengo derecho a abortarlo; siento que quiero morir, tengo derecho a la eutanasia; soy homosexual pero siento que quiero tener un hijo, tengo derecho al vientre de alquiler.
A.B.: Pero eso no es objetivable, no se puede hacer ciencia con eso.
M.C.: Claro. Usted científico o usted médico, qué me va a decir a mí de lo que yo siento o no siento: si yo me siento jirafa, usted no tiene nada que decir al respecto. Esa es la ideología de género.
Y eso nos lleva a casos como el de un pederasta en EE.UU. que se sentía “transedad”, un hombre adulto encerrado en un cuerpo de niño. Y yo me puedo sentir atraída por cuatro hombres a la vez y querer casarme con los cuatro, y abrimos el melón a la poliandria, poligamia, el incesto, etc.
A.B.: Con la ideología de género, ¿la educación diferenciada lo va a tener difícil?
M.C.: Lo tiene imposible. Si no existe una feminidad y una masculinidad naturales, si se cree que niñas y niños nacen sexualmente neutros y son las experiencias las que marcan su feminidad y su masculinidad, si se niega, en definitiva, la influencia de la biología sobre el ser humano, no tiene sentido la educación diferenciada.
Tampoco podemos caer en un predeterminismo biológico: una chica puede llegar a ser astronauta, mediante el ejercicio de la voluntad, y un chico hacer ganchillo, gracias a la voluntad, pero hace falta conocer nuestros hándicaps. Y conocer nuestras características masculinas y femeninas para encauzarlas.
La agresividad masculina, por ejemplo, puede ayudar a conseguir altísimos logros. Agresivos son los futbolistas de la Selección cuando salen al campo y los conquistadores de América y los que suben al Everest.
A.B.: ¿No es un estereotipo sexista decir que la testosterona convierte al chico en un aprendiz de Rambo?
M.C.: La generalidad indica, porcentualmente, una tendencia de los chicos a Rambo, pero existe un abanico amplio de masculinidades: yo, por ejemplo, tengo un hijo poeta y cantante que jamás toca un balón y tengo otro que come, cena y vive para el fútbol. Lo que no puede ser es que a un niño de 5 años le diagnostiquen homosexualidad, como me contó una madre de un colegio mixto, en Valencia. ¿Sabes por qué? Porque en el recreo jugaba con niñas en vez de jugar al fútbol… Les ayudé para que lo cambiaran, fue a un colegio solo de chicos, el único que hay en Valencia, y ahora tiene 10 años y está feliz, con una masculinidad más delicada que la de los futbolistas, pero está feliz. ¿Qué habría sido de él si le hubieran sometido a un bloqueo hormonal?
A.B.: Pues han denunciado por sexismo a un colegio de Madrid (el Juan Pablo II) por impartir un taller de ganchillo exclusivamente para las niñas.
M.C.: Ante todo está la libertad de los niños y la libertad del colegio. Si un colegio organiza un taller de ganchillo para chicos, que es una actividad voluntaria y se apunta uno, ¿qué hace? Y si organiza una excursión al Bernabéu y las niñas se sientan todas a hablar en un banco porque no les interesa, ¿qué hace? Se trata de dar a chicos y a chicas cosas que les resulten interesantes y no forzar las cosas. Los chicos, por ejemplo, no leen, a diferencia de las niñas: y, si quieres introducirlos en la lectura, no puedes obligarlos a que lean Sentido y sensibilidad. Tienes que darles libros de batallas, de héroes, de modelos masculinos, que es lo que les apetece. Preferirán el Marca a Telva. Seamos un poco realistas.
A.B.: El mes pasado celebramos el Día del Padre… ¿qué padre, si ya no hay padres?
M.C.: Es verdad. Hasta el punto de que el concepto de monoparentalidad se ha cambiado por el de monomarentalidad, porque las familias monoparentales son de mujeres. Ya hay más familias monomarentalesque familias numerosas en España. Por un lado, hay mucha ausencia física del padre; y, por otro, muchas mujeres prescinden del varón y quieren tener el hijo solas por inseminación. Prefieren estar solas.
A.B.: ¿La mujer se interpone entre el hijo y el padre?
M.C.: En muchos casos, la mujer se encarga de abrir una brecha, una distancia emocional entre el padre y los hijos, porque ha ido apartando al hombre, al que considera patoso, torpe, que lo hace todo fatal, que traumatiza al niño; y el varón queda reducido a un espectador benévolo de la relación entre madre e hijo.
«Hay una confabulación de lo maternal contra el varón, que se ve obligado a adoptar modelos femeninos»
A.B.: El padre ha sido destronado, como explica usted en su libro.
M.C.: Es que hay en la sociedad una especie de confabulación de lo maternal contra el varón… de manera que el hombre se ve obligado a adoptar modelos femeninos y solo se ve aceptado en la medida en que adopte el papel de «mamá bis».
A.B.: ¿Mamá bis? ¿Qué es eso?
M.C.: Que tiene que hacerlo como la madre, no como lo haría con el modelo masculino de padre. Por ejemplo, que bañe al niño durante dos horas con aceites y perfumes en lugar de sumergirlo tres minutos como hace mi marido… y muchos tequieros y muchos abrazos, algo que al varón no le suele salir de por sí.
A.B.: ¿Y eso es lo que necesita el niño?
M.C.: La alteridad sexual: un hombre y una mujer. Un padre hombre y una madre mujer. Ser padre es cosa de hombres. Si no, se produce un desequilibrio que se refleja en fracaso escolar o en agresividad muy fuerte en la adolescencia. Por ejemplo, ninguno de los tres niños que mataron a una pareja de ancianos en Bilbao tenía padre; los cuatro chicos que violaron en Andalucía a un niño de 9 años tampoco tenían padre; los terroristas de las Ramblas de Barcelona, tampoco; de los 1.000 detenidos por los saqueos y disturbios violentos de Londres en 2011, el 90% sin padre.
A.B.: ¿Vamos en Occidente a una Era de las Amazonas, mujeres que triunfan laboralmente, que se bastan solas para tener hijos y educarlos?
M.C.: Yo no las llamaría Amazonas, sino Esclavas y Pringadas, perdone la expresión.
A.B.: Pero si son unas triunfadoras…
M.C.: Pero tener hijos sin un hombre al lado es un horror. Para criar y educar a los hijos se necesita un hombre. Porque el varón es el que pone los límites, a las madres nos cuesta más. Y sin límites, no hay educación.
A.B.: ¿Por qué les cuesta más a las madres?
MC.: Porque somos capaces de dar tanto amor que llega un momento en que los ahogamos en amor. Sobre todo ahora que se tienen pocos hijos, muy tarde y muy planificados; y muchas mujeres llegan a decir que el niño es “la razón de mi existencia”, lo cual es horrible: un hijo no puede ser la razón de tu existencia, porque un hijo viene y se va. Si el hijo se convierte en la razón de tu existencia, estás creando una insana relación de dependencia: esa madre le cuenta todo al niño, lo convierte en su confidente, su paño de lágrimas y eso altera el equilibrio psíquico del hijo. Y, en la adolescencia, esos chicos se rebelan, con una agresividad brutal, reclamando su autonomía.
«Cuando un niño acepta un “No” de su padre está preparado para aceptar un “No” de la sociedad»
A.B.: Cría cuervos…
M.C.: No quiero generalizar, porque hay madres que, a pesar de todo, saben mantener el equilibrio, pero otras muchas terminan creando monstruos. Niños insaciables, inmaduros, metidos en una especie de útero virtual. Que no tenga problemas, que no pase frío, que no pase hambre… esas madres le niegan al niño el mayor derecho que tiene, que es el derecho a la carencia, a los límites, a la frustración.
A.B.: ¿Ese derecho a sufrir es educativo?
M.C.: Lo necesitará en la vida. Y quien debe marcar el límite es el padre. Cuando un niño acepta un “No” de su padre -no de su madre- está preparado para aceptar un “No” de la sociedad.
A.B.: ¿Influyen las rupturas matrimoniales en esta ausencia del padre?
M.C.: Hay que evitar la separación a toda costa, aunque los padres se lleven mal, salvo cuando la situación llega a ser un horror y entonces quizá es mejor separarse. Pero un padre no deja de ser padre por el hecho de estar separado: hay que aplicar medidas administrativas, políticas, etc. para que en esos casos el padre siga ejerciendo como tal. El padre no puede desaparecer de la escena y convertirse en un amigo forzoso del niño, al que ve dos fines de semana al mes para tomar tortitas con nata, en lugar de educarlo en valores. ¿Cómo va a echarle una bronca si lo ve un ratito dos veces al mes?
A.B.: ¿Las broncas son necesarias?
M.C.: Sí, porque sirven para marcar límites. Las broncas reflejan amor puro. Hay que amar muchísimo a un hijo para aguantar sus llantos cuando es pequeño y aguantar que nos odie cuando es adolescente. Y eso lo hacen mucho mejor los hombres que las mujeres. El amor masculino del padre no tiene menor calidad que el amor de la madre.
A.B.: ¿Hasta qué punto ha influido la revolución sexual del 68, que fue una revolución contra la autoridad, según Anatrella?
M.C.: Hay que desmitificar esa revolución del 68, porque desde entonces han aumentado las situaciones más kafkianas: rupturas matrimoniales, 60 millones de abortos anuales. La revolución sexual ha traído el individualismo, la inmadurez y la confusión. Una sociedad confusa en cuanto al bien y al mal, el hombre y la mujer, la familia y la no familia, el sexo y el no sexo.
Y confusa en cuanto al papel del padre, que prefiere ejercer de amigo de sus hijos por miedo a caer mal, cuando el peor maltrato que le puedes dar a un hijo es cargarlo con un amigo envejecido y arrugado. Un padre da al hijo seguridad, un amigo no.
«La mujer debe quitarse de en medio y dejar actuar al varón como quiera para no convertirlo en una mamá-bis»
A.B.: ¿Qué debería hacer el hombre para no ser una mamá-bis?
M.C.: Yo diría qué tiene que hacer una mujer para no tener una mamá bis en casa, sino un marido y un padre. Y es dejar que actúe como quiera, dejar que la masculinidad aflore espontáneamente. A veces nos quejamos las mujeres de que el hombre no está en casa o no ayuda, pero es que lo echamos del hogar con nuestras críticas y nuestras normas.
La mujer ha avanzado en el mundo profesional, empresarial, universitario, lo cual es muy positivo, pero queremos seguir siendo, además, las reinas de la casa, controlarlo todo. Y lo que deberíamos hacer es dejarle espacio al varón y quitarnos de en medio.
A.B.. No se trata tanto de que el varón cambie pañales como de que ejerza de padre…
M.C.: Que actúe como padre, a la manera masculina, a su estilo, no a nuestro estilo. Las mujeres tendemos a proteger más a los hijos, ellos a fortalecerlos; nosotras a controlarlo todo, ellos a darles autonomía; nosotras a la inmediatez… antes de que el niño tenga frío, ya tiene el abrigo puesto; si se le olvidan los deberes, la madre se los lleva al colegio… y el hombre, todo lo contrario.
Que el niño se va a ir de excursión con el padre y se va a caer y se va a partir la pierna… ¡pues que se la parta! Que le dejas al padre al frente de los niños y no los baña, ¡pues que no los bañe!
A.B.: Pero eso es un caos…
M.C.: Pues que sea un caos, pero es «su» caos. ¿Tú sabes la libertad que adquiere la mujer cuando deja al marido con los hijos en casa con plena confianza?
«Con el feminismo radical se pasó de luchar por los derechos de la mujer a luchar por la aniquilación del hombre»
A.B.: Usted escribió el libro La masculinidad robada, ¿el hombre se dejó robar la masculinidad?
M.C.: Efectivamente. El feminismo de Simone de Beauvoir, que es un tergiversación del feminismo de equidad (el de Clara Campoamor o Concepción Arenal), convirtió al hombre en enemigo. La idea inicial del feminismo, el derecho al voto, la igualdad de oportunidades, era muy buena y muy necesaria, pero el feminismo radical derivó hacia un enfrentamiento con la masculinidad. Se pasó de luchar por los derechos de la mujer a luchar por la aniquilación del hombre.
A.B.: …Y por expulsarlo del hogar.
M.C.: Con el aborto y los métodos anticonceptivos la mujer pasa a controlar la maternidad y ahora, con las técnicas de reproducción asistida, se puede prescindir físicamente del varón. Todo eso eclipsa y arrincona la masculinidad. Resultado: el varón tiene miedo de ser tachado de machista y se ha convertido en el hombre blando, que es un hombre frustrado.
«El pecho a demanda genera tiranos: si cada vez que llora se le da el pecho, se le está haciendo un pequeño tirano y la madre se convierte en esclava»
A.B.: La mujer retrasa la maternidad y no pisa el hogar porque está en la jungla profesional, ¿se podría hablar de “maternidad robada”?
M.C.: Evidentemente. Pero va unido a la falta del padre… en el momento en que no hay un hombre que te apoya, te tienes que plantear o hijos o trabajo.
Aunque cada vez hay más mujeres que están volviendo a casa, sobre todo en EE.UU., mujeres que en torno a los 40 dejan su carrera profesional y vuelven al hogar, porque no tienen que demostrar nada a nadie. Se deshacen de complejos y rompen con esa esclavitud de querer ser perfectas profesionales y además madres… y eso es imposible. Tienes que optar. Y si no atiendes el hogar y a los hijos, todo lo que estás ganando como directora general te lo vas a gastar en psicólogos y psiquiatras, para tus hijos y para ti.
A.B.: También han desaparecido la voluntad y el sentido del deber. ¿Se pueden recuperar en la era de la blandenguería?
M.C.: La voluntad y el sentido del deber tienen mucho que ver con dos derechos del niño esenciales: el derecho a la carencia y el derecho a la frustración, de los que hablaba antes. Y hay que ejercitarlos en la voluntad desde que nacen: el pecho a demanda genera tiranos; si cada vez que llora se le da el pecho, se le está haciendo un pequeño tirano y la madre se convierte en esclava. Y eso es de lo más tóxico, porque puede cargarse una relación de pareja.
A.B.: ¿Tan educativa es la frustración?
M.C.: Frustrarlos es enfrentarlos con la realidad: es enseñarles que no tienen derecho a todo, que no todo sale bien y que no es una injusticia, sino que sencillamente es lo que hay. Es decirles, por ejemplo: no sales esta noche, no comes entre horas o no te pones esa falda tan corta.
A.B.: Aunque el adolescente te odie…
M.C.: Pero a largo plazo el efecto es muy positivo, aunque nos cueste -sobre todo a las madres-. Porque un niño que no sabe gestionar su fracaso será un adulto con problemas psíquicos. Tenemos casos de niños que se han suicidado por estupideces, porque no saben asumir una frustración. Porque les ha dejado el novio, porque en la red social le dicen que es fea… Algunos de los que sufren bullying es porque son niños débiles, que eran tiranos en su hogar y que a la menor frustración se les ha venido el mundo encima.
«Es evidente que hay que poner una hora para que vuelvan por la noche a casa, quieran o no»
A.B..: ¿A los adolescentes hay que fijarles una hora de vuelta a casa cuando salen por la noche?
M.C.: Es evidente que hay que poner una hora, quieran o no. Y no me vale el “todos lo hacen”… aunque sea cierto que muchos padres les dejan toda la noche. Luego te encuentras a muchos de esos chicos a quienes sus padres les dejan hacer todo que te dicen: “Mis padres no me quieren”. ¿Por qué? Porque no les ponen límites. Les da igual que lleguen a las cuatro o a las diez de la mañana, que vayan o no a dormir. Los hijos se sienten queridos cuando ven que nos preocupamos por ellos.
A.B.: “Sin alcohol no hay fiesta”, nos dicen nuestros hijos… ¿qué diría usted?
M.C.: Decirles… las charlas no sirven de nada, lo que sirve es el ejemplo. Hay que enseñarles que es posible pasárselo bien sin necesidad de beber. Yo personalmente soy partidaria de que la mayoría de edad para bebersea a los 21 años -como en EE.UU.- y no a los 18.
A.B.: El juez de menores Emilio Calatayud dice que móviles y tabletas son las nuevas drogas adictivas.
M.C.: Me espanta ver a niños pequeños con móviles o tabletas porque están perdiendo capacidad de crecimiento neuronal y creatividad. Los neurólogos lo desaconsejan para los 5 o 6 primeros años de vida. Y cuando son un poco más mayores, cuanto más se pueda retrasar el móvil, mejor. Y, más que prohibir, darles alternativas: deporte, excursiones, lectura, planes familiares. Lo cómodo es dejarles aparatos electrónicos porque te olvidas de ellos. Y eso se paga, en forma de pornografía, violencia, etc. Es preferible que se suban a un árbol y lleguen con las rodillas sucias, como han hecho los niños toda la vida.
Fuente: eldebatedehoy.es