El autor superventas de Armas, gérmenes y acero habla con La Tercera de su último libro, Crisis: cómo reaccionan los países en los momentos decisivos. En él analiza situaciones eventualmente traumáticas en siete países, desde Alemania a Japón. El geógrafo, historiador y divulgador ganador del Pulitzer examina el caso chileno como el de un país que hizo “cambios selectivos” para salir adelante.
Jared Mason Diamond (Boston, 1937) ha estado tres veces en Chile. La primera de ellas fue en 1967, como científico visitante, en virtud de un programa de intercambio entre la U. de California y la U. de Chile. Así lo cuenta hoy a La Tercera, en el contexto de la aparición de su libro Crisis: cómo reaccionan los países en los momentos decisivos, publicado hace poco en EEUU y con fecha de lanzamiento para noviembre en español.
En aquellos días de fines de los 60, según anota en su última obra el ganador del Pulitzer por Armas, gérmenes y acero, sus amigos chilenos lo ilustraban orgullosamente acerca de las tradiciones democráticas locales, a juicio de ellos “tan diferentes de las de otros países sudamericanos”.
Pero tal singularidad –variante de la “excepcionalidad chilena”- llegó a su fin el 11 de septiembre de 1973. A este respecto, Diamond escribe: “Ni el golpe mismo, ni la superación de récords históricos de torturas sádicas que perpetró el gobierno de Pinochet, habían sido previstas por mis amigos chilenos cuando estuve viviendo allá, seis años antes del golpe”.
La experiencia del quiebre democrático, de la subsecuente dictadura cívico-militar y de las décadas que siguieron, está en el núcleo de la nueva obra de Diamond. Para el geógrafo, historiador y divulgador científico, tal como la mayoría de las personas atraviesa períodos de crisis “que pueden resolverse con éxito a través de cambios personales”, las naciones “atraviesan crisis nacionales, que también pueden resolverse con éxito a través de cambios nacionales”. Ha sido el caso de Chile, pero también, en sus propios términos, los de Finlandia, Japón, Indonesia, Alemania, Australia y EEUU.
La clave en el abordaje de una crisis, para las personas y para los países, es lo que Diamond llama “cambio selectivo”: quienes superan con éxito un problema, tienden a identificarlo y aislarlo, determinando “qué partes de sus identidades ya funcionan bien y no necesitan cambiar, y qué partes ya no funcionan y necesitan un cambio”.
¿Cuáles serían esos cambios selectivos duraderos en el Chile posdictatorial? El autor distingue al menos dos. Primero, asoma “una voluntad de tolerar y transigir, de compartir un poder que se va alternando”, lo que en su mirada está muy lejos de la postura que Allende y la izquierda, entre otros, tuvieron en los años previos al Golpe. Lo segundo, contracara de lo anterior, es “el cese (al menos durante las últimas décadas) del rechazo intransigente a los acuerdos políticos” que había caracterizado a buena parte de la historia reciente del país.
En ese contexto, presenta un examen de logros y fracasos, de dilemas y contradicciones, donde el autor se pregunta cómo fue que Chile emergió, tras casi 17 años de represión y violaciones a los derechos humanos, sin un trauma aún mayor.
¿Qué tan exitosamente ha operado el “cambio selectivo” en el caso chileno? ¿Cómo lo vincula a lo que llama el “gran esfuerzo” por ser distintos a “esos otros países latinoamericanos”?
A cualquier persona decente le horrorizaría que se aplicara la palabra “exitoso” a un gobierno militar que batió récords mundiales de sadismo y tortura. Pero el resultado ha sido un cambio selectivo. Chile aún es distinto a “esos otros países” y aún es uno de los países más ricos de América Latina, pero ha cambiado en otros aspectos: ya no está paralizado políticamente, ya no aplica políticas económicas desastrosas basadas en una fuerte intervención gubernamental, y ya no va camino a tener un gobierno comunista. De los chilenos depende establecer si esos cambios selectivos se habrían podido lograr sin los horrores del régimen de Pinochet.
¿En qué sentido describe a Pinochet como “excepcionalmente malvado”?
En el sentido de que hizo cosas excepcionalmente terribles, y en que fue moralmente malvado.
De Allende dice que sus políticas fueron bienintencionadas, pero poco realistas. ¿A qué se refiere con que el Chile actual incorpora partes de su modelo y partes del de Pinochet?
Chile es hoy una democracia liberal (emparentada con el modelo de Allende), pero con una política económica basada en una intervención gubernamental mínima (el modelo de Pinochet).
Habla de una “identidad chilena” sin la cual el país no habría podido sortear las dificultades que se le han presentado. ¿Cómo definiría esa identidad?
La identidad nacional de Chile se basa en el orgullo que despierta tanto su singularidad respecto de otros países latinoamericanos como sus logros. Los chilenos sienten orgullo de su larga historia democrática (con excepciones notorias, como la era de Pinochet). También están orgullosos de ser prósperos, instruidos y relativamente homogéneos, para los estándares latinoamericanos. Esa es una identidad que los chilenos comparten.
También observa un dilema moral insoluble respecto de los frutos económicos de un régimen brutal. Así y todo, se pregunta, “por qué no reconocer que el gobierno militar hizo cosas beneficiosas y cosas horribles”.
Nadie podría dar una respuesta satisfactoria al dilema moral planteado por el gobierno militar. Nadie querría decir que sus aspectos positivos justifican sus horrores. Pero nadie, honestamente, podría negar que logró resultados positivos al tiempo que hizo cosas horribles. Uno detesta decir esto, pero también detesta reconocer tantas otras inconsistencias graves que se dan en la vida humana.
El rechazo y la aceptación de los acuerdos políticos son, a su parecer, un tema central en la historia política chilena. ¿Cómo ve su evolución reciente?
Casi 30 años después de terminado el régimen de Pinochet, Chile se caracteriza aún por los acuerdos políticos. Por supuesto, los acuerdos recientes no son perfectos, pero son mucho mejores de lo que eran entre 1967 y 1973.
¿Por qué eligió el colapso de la democracia chilena para preguntarse si algo parecido podría pasar en Estados Unidos? ¿Tiene ese miedo?
Escogí examinarlo porque, hasta donde conozco, es el paralelo más cercano a un posible colapso futuro de la democracia estadounidense. Desde luego, si la democracia colapsa en EEUU, seguirá un camino muy distinto del chileno: aumentando las restricciones al voto, lo que llevaría a una dictadura (p. ej., a través del monopolio del poder por parte de un grupo), más que por la vía de un golpe militar, como en Chile. Ciertamente, tengo ese temor, como lo tienen muchos estadounidenses.
La información es de: latercera.com