Joaquín García-Huidobro, sobre crisis de la Iglesia católica: “Tuvimos figuritas que nos hicieron pagar caro su protagonismo”

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Hay varias interpretaciones sobre cuál es el origen de la crisis de la Iglesia. ¿Dónde lo sitúas tú?

Tiene muchas causas, pero una es el clericalismo. El sacerdocio es central para la Iglesia católica, pero eso no significa que un cura sea más importante que el resto: al revés, está para servir. Entender el poder como servicio es esencial en el cristianismo. En Chile y en la Iglesia universal algunos se transformaron en señores intocables, que estaban por sobre el bien y el mal. La mentalidad clerical no solo afectó a los sacerdotes; los laicos se acostumbraron a ser menores de edad, sin capacidad reflexiva. Que un sacerdote sea endiosado y que su conducta o palabra puedan derogar los mandamientos significa que algo no se entendió bien.

Carlos Peña dijo que los intelectuales católicos tampoco han dado respuestas plausibles para que la iglesia encuentre una salida. ¿Estás de acuerdo?

Fue bien duro. Él aludió a la flojera de los intelectuales católicos y creo que tiene mucha razón. Todos tenemos una excusa para no acometer esa tarea, pero el problema es lo suficientemente relevante como para que alguien lo aborde. La crisis eclesiástica se transformó en un asunto que es tierra de nadie.

Estás trabajando en un proyecto relacionado. ¿De qué se trata?

Es un libro que surgió tras la visita del Papa Francisco. Nos parecía (somos tres autores) que el “caso Barros” la opacó, y que había dicho cosas interesantes sobre las que valía la pena conversar. Pero lo que partió como un modesto ejercicio sobre sus mensajes terminó centrándose en la crisis de la Iglesia, porque son cuestiones indisociables. Muchas personas están desconcertadas y quisimos salir de la perplejidad.

“No hay una conciencia profunda del daño que ha producido la mentalidad clerical. La falta de respuesta de los intelectuales católicos a esta crisis se relaciona con este mal. Seguimos esperando que alguien —un cura, un obispo, un profeta, un Papa—, resuelva el problema”.

¿Crees que hay conciencia de que el clericalismo es un problema?

En su breve discurso a los obispos de Chile, el Papa habló cinco veces del clericalismo. Él sí tiene conciencia, pero el resto no lo sé. Pienso que, por la fuerza de los hechos, el clericalismo quedará mal parado y herido después de esta historia: en buena hora. Pero no hay una conciencia profunda del daño que ha producido la mentalidad clerical. La falta de respuesta de los intelectuales católicos a esta crisis se relaciona con este mal. Seguimos esperando que alguien —un cura, un obispo, un profeta, un Papa—, resuelva el problema. ¿Y por qué tiene que ser así?

¿Y esta crisis es solo de la Iglesia o también del cristianismo?

Los abusos se han producido también en el mundo evangélico, incluso en mayor medida en el caso de Estados Unidos, pero no les ha afectado tanto. Probablemente, esos casos también tengan que ver con el endiosamiento de ciertos pastores, con el personalismo, que es lo mismo que ha ocurrido entre nosotros. Ahora bien, ¿por qué le ha afectado con mayor profundidad a la Iglesia católica? Quizás porque se le exige más, y es bueno que sea así. Cuando uno tiene dos mil años de antigüedad, un Derecho canónico, ciertos procedimientos y una visibilidad mayor, tiene que tomar más precauciones.

¿Por qué se le exige más?

Por muchas razones, entre ellas su tamaño y peso histórico. También por su estructura, que es jerárquica, lo que implica un especial deber de vigilancia. Este modo de organización nos ha ahorrado muchos problemas. En particular, ha permitido hacer frente de mejor manera a los regímenes totalitarios. Pero en ningún caso es la garantía para evitar todos los males, como se ha visto en esta crisis. Hay que tomar las medidas para que funcione bien.

Pero muchos creen que la jerarquía, en realidad, lleva a que las decisiones se tomen desde lejos, o de manera poco transparente.

Ahora habrá que tener más transparencia. Pero esas críticas son poco felices, porque los costos de no tener jerarquía son todavía mayores. Yo soy católico porque creo que el catolicismo es verdad. Y un punto esencial del catolicismo es la existencia del sacerdocio. Cuando hablo de jerarquía no me refiero solo a los obispos, sino también a los sacerdotes: ellos tienen facultades especiales, como celebrar misa o perdonar los pecados a nombre de Jesucristo, de las que el resto carecemos. Pero eso no les da derecho a ser el centro de esta historia. El problema está en haberlos endiosado. Por eso son tan importantes esos curas gordos y aburridos, carentes de todo carisma, cuya ingrata presencia nos recuerda que no estamos ahí siguiendo ningún liderazgo personal. A lo mejor la crisis se debe a que no contamos con suficientes curas gordos y lateros pero que, más allá de sus limitaciones, cumplen con su deber. En cambio, tuvimos figuritas que nos hicieron pagar caro su protagonismo.

“En Chile ocurre algo dramático, y es que tenemos “católicos sociales” y “católicos sexuales”, y en los dos casos estamos ante una absoluta mutilación de la belleza del mensaje cristiano”.

La Iglesia ha sufrido varias crisis en su historia. ¿Esta es la peor?

En realidad, es la crisis más chica de entre las grandes.

Pero la sensación que hay es otra.

Influye un factor que no existía antes, que son los medios de comunicación. En el siglo XVII, un santiaguino bien informado se demoraba tres meses en saber lo que ocurría en Madrid. Hoy lo sabemos todo y de inmediato, lo que incrementa cualquier sensación de crisis. No niego que muchos obispos fueron negligentes e hicieron mal una infinidad de cosas, pero el número de clérigos involucrados está alrededor del 4%, es decir, la mayoría ha hecho las cosas bien. De muchos obispos podemos decir que fueron ingenuos, frívolos o ignorantes, pero presentarlos como una especie de máquina destinada a ocultar y a ser cómplices de los delincuentes no me parece justo.

Desde que se destapó el caso Karadima, el problema ha ido creciendo. ¿Le ves alguna salida?

En el caso de Estados Unidos, desde 2002 hay un antes y un después, porque fue el año en que se tomaron medidas más radicales. Ha habido nuevos casos, pero en menor medida. Eso muestra que es una crisis que puede ser superada. En Chile estamos atrasados, entre otras razones, porque los chilenos nos creemos tan especiales que, cuando se supo de los abusos en Estados Unidos, Australia o Irlanda, dijimos “qué gringos más raros, qué tipos más perversos, por suerte esto no pasará nunca en Chile, nosotros somos distintos”. No se tomaron medidas a tiempo, y hoy pagamos la cuenta. Pero me parece difícil que, de ahora en adelante, nos encontremos con muchas más noticias de casos de abusos sexuales. Es necesario que no haya un esquema que facilite la comisión de esos delitos, y en esto se ha avanzado, aunque no con la celeridad que querríamos. Con todos los defectos de las medidas que se están tomando, no parece probable que vaya a aparecer otro Karadima en los próximos 10 años.

Las décadas de los 60 y 70 también fueron complicadas en materia eclesiástica.

La crisis actual es una continuación de esa otra crisis, al menos en parte. En Estados Unidos, muchos de los casos de abuso que hemos conocido ahora tuvieron lugar en esa época, durante la llamada “liberalización de las costumbres”. Se desatendió mucho el cuidado de ciertas medidas de prudencia que la Iglesia siempre había mantenido. Las consideraron superadas, o propias de una entidad antigua, represiva o desconfiada. En “Spotlight” y especialmente en “La duda”, dos grandes películas, se ve a curas modernos que piensan que pueden hacer las cosas de un modo distinto. En “La duda”, por ejemplo, la monja protagonista reflejaba una experiencia de dos mil años y nadie la comprendía, porque ella era pesada y el cura era simpático y moderno. Una parte de la crisis tiene que ver con eso. Otro motivo, y que está relacionado, es que bajaron notablemente los postulantes a los seminarios, y la tendencia a abrir la manga fue enorme. En Chile entró gente a los seminarios que no debía estar ahí. El que siembra vientos, cosecha tempestades.

¿Cómo explicas que un párroco como Karadima se convirtiera en el ícono de los abusadores?

Cómo logró el poder y la adhesión que tuvo es un misterio para mí. Alguna vez escuché sus prédicas, y lo que más me molestaba era que te halagaba, te decía que eras bueno por estar en misa un día de semana o en una de sus charlas de los sábados, en vez de estar haciendo cualquier otra cosa con tus amigos. Pero ¿quién es uno para sentirse mejor que los demás? Karadima trabajaba en esa dirección, que es muy perversa. Esto también tiene que ver con la mediocridad intelectual de los católicos, porque si tú no estás en contacto con un pensamiento exigente y desafiante, te parece normal una prédica sentimental y sin sustancia.

¿Cómo evalúas el rol de los obispos en este asunto?

Antes de conocerse los casos de abusos, algunos eclesiásticos decían que la Iglesia estaba en crisis porque los obispos chilenos ya no tenían el protagonismo de, por ejemplo, el Cardenal Silva Henríquez. Discrepo. Que los obispos tengan un especial protagonismo en una sociedad contemporánea indica que esa sociedad está enferma, como fue el caso chileno en esos años o el de Sudáfrica en la época del apartheid.

Se dice que la Iglesia transitó desde una postura progresista a una cada vez más conservadora. ¿Cuál es tu visión?

La interpretación habitual es que la Iglesia funcionó bien mientras estuvo preocupada de los pobres, de los derechos humanos y que, de pronto, se obsesionó con la ética sexual. Supuestamente ahí empezó la crisis. Pero yo me tomé la molestia de revisar los mensajes de los obispos de las últimas décadas y muy pocos se refieren al sexo. A los obispos se le puede reprochar muchas cosas, pero en ningún caso tener un énfasis unilateral en cuestiones sexuales. Otra cosa es que los periodistas les preguntaran siempre sobre esos temas, o que algunos piensen que preocuparse por la vida no nacida responde a una obsesión por la sexualidad. En Chile ocurre algo dramático, y es que tenemos “católicos sociales” y “católicos sexuales”, y en los dos casos estamos ante una absoluta mutilación de la belleza del mensaje cristiano.

“La tendencia a abrir la manga fue enorme. En Chile entró gente a los seminarios que no debía estar ahí. El que siembra vientos, cosecha tempestades”.

También hubo mucha relación con la política, que se ha ido perdiendo.

En nuestra historia ha habido una mezcolanza político-religiosa que ha causado un daño enorme. Primero fue el Partido Conservador, que se aprovechó de la Iglesia todo lo que pudo. Luego los curas se independizaron y se unieron a la Democracia Cristiana, donde se beneficiaron recíprocamente hasta el infinito. Una parte de ellos pasó al marxismo, con cierta teología de la liberación. En los tres casos hay una alianza entre el trono y el altar que me parece insoportable y que ha hecho mucho daño a la Iglesia. En ese sentido, hemos mejorado.

El catolicismo y el cristianismo en Chile, ¿son mayoría o minoría?

En Chile todavía hay una mayoría católica, pero está debilitada. En todo caso, el dilema “mayoría o minoría” no me gusta. Se corre el riesgo de decir: somos mayoría y, por tanto, tenemos el derecho de ser arrogantes y a sentirnos todopoderosos. O, al contrario: somos minoría, de modo que empezamos a mirar cómo el mundo se hunde, mientras nosotros estamos en el arca de salvación. La actitud de un cristiano, sea mayoría o minoría, tiene que ser exactamente la misma. Sin ninguna arrogancia, pero sin complejos de inferioridad ni mentalidad de grupo cerrado.

¿Cómo evalúas el liderazgo que ha ejercido Francisco en su pontificado?

Es un liderazgo conscientemente modesto, no impositivo y cercano. Francisco se dirige a un público no convencional, va con palabras y gestos sencillos. Lamentablemente, no ha tenido el apoyo con el que debía haber contado.

Patricio Aliaga

¿Quiénes deberían apoyarlo más?

Todos. Partiendo por los colaboradores de la curia y los obispos. La gran preocupación de muchos ha sido “yo no soy responsable de esto” o “yo no tengo la culpa” o “yo tomé las medidas”. Pero Francisco no está en esa línea. Él no está excusándose, sino asumiendo la responsabilidad. ¿Significa que fracasó? Todo Papa fracasa, en el sentido de que nunca va a lograr todo lo que espera, pero sí ha abierto caminos importantes.

Si el clericalismo es el principal problema de la crisis actual, ¿el rol del Papa cambia?

Claramente. Este es un Papa que ha intentado descentralizar. Hace años, Juan Pablo II, en una encíclica sobre ecumenismo, dijo que había que repensar el papel del pontificado para que, sin afectar lo fundamental, se despoje de ciertos añadidos históricos que pudieron ser comprensibles siglos atrás, pero que no pertenecen a su esencia y marcan una innecesaria distancia para los demás cristianos. Él no pudo realizar ese proyecto, pero Francisco se lo ha tomado en serio. Se ha empeñado en descentralizar y quitar del papado ciertos rasgos medievales que no son esenciales, aunque pudieron ser útiles históricamente.

¿Crees que la Iglesia interpela a los jóvenes del mundo actual?

Uno de los problemas serios de la Iglesia es el del lenguaje eclesiástico. Muchas veces es insoportable, gelatinoso, vago, y no llama a las cosas por su nombre. Esto lo hace poco creíble. ¿Por qué tantos sacerdotes no hablan con el tono de voz de una persona normal? El lenguaje cristiano tiene que ser atractivo y no un conjunto de lugares comunes propios de un mal libro de autoayuda.

Uno de los temas que generan distancia es la moral sexual, que se considera rígida y anticuada.

Si realmente esas personas conocieran la moral sexual católica se fascinarían con ella. Pero nadie se las explica bien. Tenemos el mejor producto, vendido de la peor manera.

Que no se pueda usar condón o tener relaciones antes del matrimonio parecen exigencias para otro tiempo.

Cuando se entiende la belleza de la doctrina cristiana sobre el matrimonio y la sexualidad, esas ideas, más que exigencia, aparecen como un camino profundamente liberador. Pero eso daría para largo.

Y el celibato, ¿no es un problema de otro tiempo?

¿Por qué achacarle al celibato el problema de los abusos, si entre los cristianos que no tienen el celibato también se dan esos casos, y cuando la mayoría de ellos ocurre dentro de las propias familias, donde no existe el celibato? En Chile hay 88.888 víctimas de abuso al año. El porcentaje de víctimas de una persona con celibato es una pequeña minoría en esa cifra alta y horrorosa. Puede que haya otras razones para cambiar esa práctica en la Iglesia latina, pero no por los abusos. Chesterton decía que una sociedad cristiana se edificaba sobre dos pilares: matrimonio indisoluble y celibato apostólico. Aquí han fallado los dos, lo que representa un problema mayúsculo. Hoy cuesta entender el celibato por las mismas razones que cuesta comprender el matrimonio: porque no se entiende bien qué es el amor. El celibato no es una exigencia externa que impone la Iglesia, es una elección libre.

La presencia de las mujeres en la iglesia también parece debilitada.

La mujer debiera tener un papel mucho más importante. Pero, debido a la mentalidad clerical tanto de los curas como de los laicos, cuando se habla de papeles importantes siempre se piensa en el sacerdocio, lo que muestra un clericalismo espantoso. La Iglesia sostiene que no tiene el poder para ordenar sacerdotisas. Algunos dicen que Cristo no lo hizo porque se dejó llevar por los prejuicios de su tiempo. Pero si hay alguien en la historia que no se dejó llevar por los prejuicios fue Jesucristo. Por lo demás, en la Antigüedad las sacerdotisas eran muy frecuentes. En el mundo pagano estaba lleno de ellas, por tanto, si el fundador de una nueva religión hubiese incluido sacerdotisas, a nadie en Grecia o Roma le habría llamado la atención. Pero que la mujer debe tener más protagonismo es evidente.

“A lo mejor, la crisis se debe a que no contamos con suficientes curas gordos y lateros, pero que, más allá de sus limitaciones, cumplen con su deber”

¿De qué manera se puede hacer eso?

Hoy hay pocos curas y, sin embargo, deben dedicar muchas horas a asuntos administrativos. ¿Por qué no puede haber un ingeniero comercial, mujer u hombre, haciendo ese trabajo de forma mucho más eficiente? Ciertamente el sacerdote es un administrador muy barato, porque sus ingresos son mínimos. Tener a un recurso escaso, como los sacerdotes, ocupados de la contabilidad puede ser muy cómodo, pero resulta disparatado. Hoy el encargado de la Biblioteca Vaticana es un Cardenal. ¿Qué hace un Cardenal dirigiendo la catalogación de libros y archivos, si hay profesionales que lo harían fascinados?

¿Hoy los católicos y la política son dos caminos paralelos o se relacionan?

Comparada con el pasado, la situación actual en este punto es envidiable, porque a nadie se le ocurre pensar que existe un “partido católico” u otros disparates por el estilo, que eran comunes hasta hace medio siglo. Hoy los católicos tenemos una enorme libertad política. Como toda libertad, tiene límites: obviamente, hay proyectos que un católico no podría apoyar, no tanto por el hecho de ser católico, sino por sus ideas sobre la dignidad humana. En todo caso, las decisiones políticas no son sencillas. Pensemos en dos ejemplos recientes: ¿qué debe hacer un católico frente a una elección entre Clinton y Trump, o entre Haddad y Bolsonaro? La cosa no es nada fácil.

La información es de: TheClinic.cl