Las grandes crisis económicas necesitaron en el pasado políticas contundentes. Y esta vez no será distinto.
Aún queda fresco en la memoria de todos el despliegue de los bancos centrales y gobiernos para rescatar al mundo de la crisis financiera que estalló en 2008.
Ahora, 12 años después de la gran recesión, los expertos auguran que la crisis sanitaria del nuevo coronavirus nos dejará graves problemas económicos.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) pronostica que la economía global se contraerá un 3% en 2020.
Muchos gobiernos ya se han puesto manos a la obra para responder a una situación sin precedentes que tal vez pueda encontrar valiosas lecciones en cómo se combatieron otras de las grandes recesiones en la historia.
Sirven esas lecciones para mitigar la crisis económica del coronavirus?
Una crisis sin precedentes
El 29 de octubre de 1929, el desplome de la bolsa de valores de Nueva York en el llamado martes negro desató la Gran Depresión.
Todos los indicadores económicos se deterioraron y el desempleo, por ejemplo, alcanzó a casi el 25% de la población estadounidense en 1933, según datos oficiales.
EE.UU. se había convertido en la gran potencia mundial tras la Primera Guerra Mundial y era un actor indispensable en el comercio internacional y como prestamista de otros países.
Su crisis, por lo tanto, se replicó de inmediato en el mundo.
En 1933, sin embargo, Franklin Delano Roosevelt llegó a la presidencia y aplicó un paquete de medidas conocido como el New Deal, para paliar la crisis.
«El New Deal fue un gran programa de gasto público para recuperar el sistema financiero, regular la libre empresa y, sobre todo, asistir al gran número de desempleados», describe a BBC Mundo Olivier Accominotti, profesor asociado de historia económica en la Escuela de Economía y Ciencias Políticas de Londres (LSE).
Roosevelt canalizó una porción de su plan en la construcción de grandes obras públicas para dar trabajo a parte de la población desempleada.
El Estado intervino en numerosos sectores de la economía, entre ellos la banca, el comercio exterior, pólizas de seguro, sistemas de pensiones y fondos de ahorro.
«En el New Deal se fijó la idea de que el Estado debía ser más interventor y velar no solo por la seguridad social sino también por la economía«, le dijo a BBC Mundo Nadiezhda Escatel, profesora de economía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Poco a poco, el plan público de Roosevelt resultó, los índices económicos mejoraron y la empresa privada volvió a fortalecerse.
Programas de gasto público similares se reprodujeron en Reino Unido, Francia y Alemania, también con buenos resultados.
Pero la bonanza duraría poco y Europa se metió de lleno en una guerra catastrófica.
La reconstrucción de un continente devastado
La Segunda Guerra Mundial tuvo consecuencias físicas y económicas desoladoras para el corazón de Europa.
En 1947, el entonces secretario de Estado de EE.UU., George C. Marshall, pronunció un discurso ante la Universidad de Harvard en el que pedía un plan integral de reconstrucción de Europa, cuya economía estaba muy deteriorada.
Un año más tarde, el Congreso estadounidense aprobó un plan de cooperación en el que se destinó una ayuda económica de US$12.000 millones para la reconstrucción del continente.
«La Unión Soviética, además, estaba emergiendo como gran potencia comunista y esto empujó a EE.UU. a mover ficha para asegurar su influencia en Europa Occidental«, contextualiza Escatel.
«El paquete de ayudas estaba dedicado a la producción de materias primas, alimentos, fertilizantes, vehículos y, en definitiva, al desarrollo de la industria», amplía la académica.
El Plan Marshall reflotó la economía europea, especialmente la de las grandes potencias: Reino Unido, Francia y Alemania Occidental, y fortaleció la relación comercial y política con EE.UU.
El éxito del Plan Marshall hizo que su ideólogo, George Marshall, recibiera el Premio Nobel de la Paz en 1953.
Una región ahogada por la deuda
En los 80 se produjo una crisis económica que hasta hoy deja efectos en América Latina, la crisis de la deuda externa.
Debido al alza de los precios del petróleo y a las bajas tasas de interés, varios gobiernos latinoamericanos se endeudaron con el propósito de industrializar sus economías en los años previos a los 80.
Sin embargo, cuando cayeron los precios de las materias primas, subieron las tasas de intereses y aumentó la inflación, la deuda de los principales países de América Latina se hizo impagable.
«La crisis de la deuda impide que los países latinoamericanos, cuyos gobiernos aún se debatían entre una economía de Estado o de mercado, den el paso hacia la gran industrialización neoliberal que se desarrollaba en el mundo occidental», apunta Escatel.
Muchos gobiernos, como el de Venezuela, México o Argentina, solicitaron auxilio financiero del FMI.
Este organismo inyectó capital para tratar de estabilizar sus economías al tiempo que puso en marcha políticas de reestructuración de deuda.
A cambio, los gobiernos que recibieron estos apoyos debían cumplir ciertas condiciones que incluían, por ejemplo, disminuir las importaciones, aumentar las exportaciones y reducir el gasto público.
«En el caso de México, cuyo ministro de Hacienda, Jesús Silva-Herzog Flores, declaró insolvente al país en 1982, las negociaciones para acceder a los créditos del FMI fueron muy duras. Este organismo pidió reajustar la economía; liberalizar el mercado y recortar el gasto público con el fin de utilizar ese dinero para pagar la deuda», explica la profesora de la UNAM.
Debido al enorme impacto de los ajustes económicos para hacer frente a la deuda, a los años siguientes se les conoce como una «década perdida» en el desarrollo social y económico de la región.
Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), la pobreza aumentó de forma marcada entre 1980 y 1990, y se produjo un deterioro en la distribución de ingresos, que aumentaron los índices de desigualdad, revirtiendo avances logrados en los años previos de la crisis.
La inflación en los países deudores se disparó y el poder adquisitivo de sus ciudadanos disminuyó significativamente, generando graves problemas políticos y sociales.
Y es que aceptar las condiciones del FMI supuso un giro radical de modelo económico para muchos países.
Es el caso, por ejemplo, de Venezuela. Este país había vivido un boom económico gracias a las exportaciones de petróleo en los años 70.
El reajuste del FMI para Venezuela «parecía un programa de shock, que anunciaba liberación de precios, privatizaciones, control de gasto público, nuevos impuestos e incremento del precio de la gasolina», explicó recientemente a BBC Mundo Ronald Balza, economista de la Universidad Católica Andrés Bello de Venezuela.
Ante las medidas, muchos ciudadanos se echaron a la calle y el 27 de febrero de 1989, en una jornada conocida como el «Caracazo», se inició una serie de protestas, violencia y saqueos donde murieron centenares de personas.
La grave crisis económica, unida a la derrota en la Guerra de las Malvinas, también contribuyó al fin del gobierno militar en Argentina, en el poder desde 1976.
Aunque a partir de los 90 se produjo una mejoría en la región con nuevas reestructuraciones de la deuda y un mayor acceso a los mercados internacionales,muchos de los índices económicos tardaron en recuperar sus niveles previos a la crisis.
«A día de hoy, la deuda externa sigue azotando a la región y sus efectos aún son vigentes en países como México, Argentina y sobre todo, Venezuela», dice Escatel.
El papel del FMI y las condiciones que impuso en América Latina para inyectar liquidez siguen siendo un tema controvertido en la región.
Rescate bancario y compra de deuda
La burbuja inmobiliaria y de crédito que venía inflándose en EE.UU., junto con la creación de instrumentos financieros de alto riesgo, estalló en 2008 y salpicó gravemente a la economía global.
La caída de Lehman Brothers, el banco de inversión que se declaró en bancarrota el 15 de septiembre de 2008, contagió a otras entidades financieras y supuso el inicio de la crisis de las «hipotecas subprime«.
Los índices bursátiles se derrumbaron y el sistema financiero colapsó; muchos bancos se declararon en bancarrota, otros fueron intervenidos por los gobiernos o se devaluaron y terminaron absorbidos por otras entidades.
El producto interior bruto (PIB) se contrajo un 3,9% en las economías avanzadas, según un informe conjunto del Banco Mundial y de la Organización Internacional del Trabajo.
El mismo informe indica que durante 2007 y 2009 se perdieron 27 millones de empleos.
Cuando los efectos del colapso de EE.UU. llegaron a Europa, se produjo una grave crisis de deuda que llevó a implementar planes de rescate de las economías de Irlanda, Portugal y Grecia, además del sistema bancario español.
Los efectos de la crisis empujaron a los gobiernos y bancos centrales a proteger y estabilizar el sistema financiero, y en definitiva, a salvar el euro.
En EE.UU. se crearon nuevas regulaciones, como la Ley Dodd-Frank, para evitar una nueva crisis de esta naturaleza.
Y en Europa, se produjo una doble acción por parte del BCE.
«Primero se rescató al sistema bancario y las economías más castigadas para evitar el desplome total y después se ejecutó un programa ambicioso de compra de deuda pública para aliviar a los gobiernos e incentivar el crecimiento», explica Jason Lennard a BBC Mundo, profesor asociado del LSE.
«Difícil pronóstico»
12 años después, el mundo se sitúa ante el abismo de otra recesión.
Los expertos coinciden en lo difícil que es pronosticar el rumbo de la crisis económica del coronavirus porque no tiene precedentes.
Accominotti coincide con la previsión del FMI de que quizás se trate de la crisis más grave desde la Gran Depresión.
«El nivel de pérdidas de esta crisis es similar al de 1929, solo que más rápido. Ahí también radicó la gravedad de la Gran Depresión, que se pasaron muchos años de penuria. Ahora, los gobiernos han tomado cartas en el asunto de forma inmediata», apunta el experto.
«Por lo tanto, debemos esperar un plan parecido al del New Deal, un incremento del gasto público, pero que no irá destinado a las mismas herramientas que en los años 30», añade Accominotti.
En ello coincide Lennard, quien explica que ese incremento del gasto público será sobre todo para reforzar el sistema sanitario. «Sin resolución de la crisis sanitaria, no habrá resolución de la crisis económica», opina.
Lennard, por otra parte, desconfía de medidas de tipo fiscal a corto plazo, «porque bajar las tasas de interés no va a reactivar la actividad económica de ahora, que está congelada».
El experto sí cree que los bancos centrales, debido al incremento del gasto público, continuarán con políticas parecidas a las de 2008 y comprarán deuda de los gobiernos.
«Esta es una crisis de oferta, pero si el congelamiento económico debido al aislamiento persiste, la demanda también podría sufrir. A los expertos nos preocupa que también se dañe el sistema financiero porque los plazos de recuperación se alargarían más, pero aventurarse ahora mismo es muy prematuro«, concluye Lennard.
Fuente: bbc.com