Diego Arab Cohen conoció a su actual esposa hace diez años en el Estado judío e hicieron la promesa de que formarían una familia allí. Hoy, con dos hijos y otro en camino, no se les cruza por la cabeza regresar. “Acá nos necesitan”.
“Hay que estar en las buenas y en las malas”. Suena a frase hecha, pero para Diego Arab Cohen es la que mejor explica su decisión de quedarse en Israel con su familia, pese al duro momento que atraviesa el país desde el sábado pasado tras los ataques terroristas de Hamas.
En 2013, Diego conoció en un viaje a Israel a Lital, su actual esposa, e hicieron la promesa de que formarían una familia allí. Luego de cinco años viviendo juntos en Córdoba, y con Lital embarazada de siete meses, decidieron cumplir ese sueño. Hoy, con dos hijos nacidos en Israel y otro en camino, se aferran más que nunca a su promesa inicial. “Acá nos necesitan. Israel está de pie. Sufrimos un golpe muy fuerte y ahora hay que reconstruir de vuelta todo el país”, cuenta este cordobés de 38 años en diálogo con Infobae.
– ¿Hace cuánto vivís en Israel?
– Hace poco más de cinco años. Me casé con una israelí, Lital, y dejé todo lo que tenía allá. La conocí en 2013 en Israel, nos fuimos a vivir a Argentina por cinco años e hicimos la promesa de que íbamos a tener familia acá. Mi primer hijo, Roee, todavía estaba en la panza cuando nos vinimos.
En Argentina tenía una empresa familiar, tercera generación. Estábamos bastante bien establecidos. Yo era profesor de la facultad, también tenía una startup y estaba muy acomodado. Así que fue caer acá y empezar de cero. Pero me fue muy bien. Ahora estoy especializado en el área de inteligencia artificial y en startups. Soy CEO y Co-fundador de Propin, una startup dedicada a datos geoespaciales e inteligencia artificial. Estoy muy contento porque era lo que queríamos al principio y era nuestro propósito familiar.
– ¿Conocés gente que secuestraron o que murieron en los ataques?
– Conozco muchos soldados y compañeros de trabajo que tuvieron que dejar sus empresas e ir al frente. A mi ex jefa le secuestraron a cinco familiares, entre ellos niños. Todo es muy cercano, empezás a moverte un poquito y tenés a alguien seguro que está secuestrado, que murió o que lo llamaron del Ejército para sumarse como reservista. A mí no me pueden llamar porque vine de grande y no hice el servicio militar. Mi esposa sí lo hizo pero al ser hija única no le corresponde hacer la reserva. Yo ayudo desde otro lado, con voluntariados, pero no puedo sumarme al Ejército.
– ¿Cómo es la vida desde el sábado pasado?
– Estamos todo el día en casa. Salimos para lo mínimo que se necesite. Hace aproximadamente 20 años todas las casas tienen un búnker, un lugar que funciona como antibombas. Yo vivo en Or Yehuda, a 10 kilómetros de Tel Aviv. Acá tenemos 90 segundos para entrar al búnker desde que suena la alarma. Es decir, tenemos las herramientas para sentirnos tranquilos porque está la Cúpula de Hierro que te defiende de los misiles, pero el problema del sábado pasado fue la infiltración a Israel por todos lados. Hubo varios problemas de seguridad que todavía no se discuten ni se analizan en profundidad. Ahora hay un temor de que haya terroristas sueltos en Israel, porque se perdió el control de la frontera. No hay clases, mis hijos están todo el día en casa como si fuera la cuarentena. Tenemos un cronograma distinto ahora, yo trabajo por la noche porque ya están todos durmiendo y mi esposa no va a trabajar. El Gobierno te dice que tenés que estar preparado para quedarte en tu casa durante al menos 72 horas, sin salir, con comida, con todo. Nos dan las reglas que tenemos que seguir.
– ¿Pensaste en volver a la Argentina?
.Tengo muchos amigos que no son judíos que me preguntan: “¿Diego, no vas a volver?”. Pero a mí nunca se me cruzó por la cabeza volver. Jamás. Mi esposa está embarazada y en ningún momento pensamos en irnos.
– ¿Por qué?
– Porque acá nos necesitan. Israel está de pie. Sufrimos un golpe muy fuerte, pero después hay que reconstruir de vuelta todo el país. No solamente a nivel psicológico, emocional. Estamos en un momento de crisis a nivel político, de inversión, de emprendimientos, de seguridad… Hay que apostar en el país. Esa es mi forma de pensar. Nosotros estamos acá para quedarnos no solo en las épocas buenas, sino también en las malas.
– ¿Tu familia en Argentina no te pide que vuelvas?
– No porque saben cómo pienso. Mis padres se acaban de volver ahora. Por suerte tienen la posibilidad de venir seguido. Ya hicimos un borrón y cuenta nueva cuando vinimos a Israel y ya está la decisión. Esto recién empieza. Hace cinco años nada más que estoy.
– ¿No tenés miedo?
-No. Por más que suene bizarro, aunque caigan cohetes arriba de mi casa, yo me siento seguro porque tengo las herramientas y sé que el Gobierno cuenta con mi vida y se preocupa por mí. No me dejan abandonado. En ningún momento me siento abandonado, solo, que tengo que buscar una protección. Acá no existe esa cuestión de barrios privados. En Argentina hay muchos bienes públicos que se han perdido, tenés que pagar para tener mejor salud, mejor seguridad, bienes públicos… Acá yo tengo una obra social que es pública y no pago por seguridad ni por educación. A nivel de seguridad me siento muy seguro. Salgo de noche a hablar por teléfono a la calle y no me preocupa que me vayan a robar. Tengo herramientas para protegerme a mí y a mi familia. Si yo respeto las reglas que me dicen, tengo herramientas para poder controlar la situación. No siento que tengo que ir yo a buscar mis herramientas para defender a mi familia. El Gobierno me las da.
– Eso quizás es porque vivís muy cerca de Tel Aviv. ¿Pero cómo funciona en el sur, en la frontera con Gaza?
– En el sur tienen diez segundos para entrar a un búnker desde que suenan las sirenas. Es una diferencia muy grande. Ahí tomas la dimensión del tiempo y tu vida.
– ¿Y qué pasa si suenan las sirenas y justo estás en la calle? ¿Podés entrar en casas ajenas para refugiarte?
– Sí. Me pasó esta semana que mi papá tenía que devolver el auto que había alquilado. Salimos un segundo y justo sonó la alarma cuando estábamos en la agencia de autos. No teníamos idea dónde había un búnker cerca. Pero acá la gente ya está muy acostumbrada y te invitan a pasar a sus casas para que te protejas en sus búnkeres. Nadie está preocupado de que les vayas a robar ni nada. Lo mismo en los supermercados, por ejemplo. Te abren las puertas del depósito y te refugiás ahí. Las puertas de los búnkeres están abiertas para todos.
– Hay mucha solidaridad.
Sí, muchísima. Con lo que está pasando, se dejaron de lado todas las diferencias políticas. Hubo un cambio de 180 grados. Seguramente esas diferencias van a volver más adelante, pero ahora se pusieron en pausa. Hay una solidaridad de logística, donaciones, preparaciones para poder ayudar a los más necesitados, a los que han sido afectados con sus casas… También con las necesidades de los soldados que están en el frente, desde comida, ropa, higiene, todo lo que sea necesario.
– Tus hijos son muy chicos. ¿Cómo viven esta situación? ¿Entienden lo que pasa?
– Cuando sonaron las sirenas esta semana y yo estaba en la calle con mi papá, el más grande en casa le preguntó a mi esposa dónde estaba. “Ya viene, está acá cerca y tiene un búnker cerca”, contestó ella. “¿Y lo dejan entrar?”, preguntó él. “Sí, se va a quedar adentro”, respondió Lital. Y se quedó tranquilo. Desde el colegio, desde que van al jardín, ya les explican este tipo de cosas. Están acostumbrados, nacen con esto. No lloran. Cuando suena la alarma, no lloran, van y entran al búnker. Saben que no tienen que hacer lío, se quedan ahí con nosotros y después salimos.
La situación es muy difícil, pero gracias a dios estamos bien con mi familia. Hay que poner actitud y ser positivo con la esperanza de que todo esto se pueda solucionar y terminar lo más rápido posible.