¿Por qué no puedes dejar de ver las pantallas ajenas?

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Las pantallas ajenas aparecen por todos lados, una vez que empiezas a ponerles atención. En general se vuelven más evidentes por la noche, cuando deambulan por la ciudad, creando una nueva capa de luces ambientales al nivel de las manos, o cuando las sostienen en lo alto durante los conciertos, como si fueran encendedores. Durante el día, las pantallas ajenas revolotean a nuestro alrededor mientras esperamos en la fila del café, mientras nos sentamos a beberlo o mientras lo llevamos en el autobús o el tren.

Las pantallas ajenas son ventanas que dejan ver la vida de las personas, su cerebro, sus relaciones y su trabajo, así como su ideología política, ansiedades, yerros y adicciones. Suelen aparecer a medio o casi un metro de distancia del rostro de otra persona, depende.

Las pantallas ajenas también son más pequeñas de lo que solían ser cuando se encontraban casi exclusivamente fijas sobre escritorios y mesas en hogares y oficinas, donde la presencia de extraños es escasa o preocupante por defecto. En 2010, el 27 por ciento de los estadounidenses traía consigo pantallas portátiles; a finales de 2016, eran más del 80 por ciento. Durante el mismo periodo, la pantalla más grande del iPhone creció de 9 centímetros, de una esquina a otra, a 14. Las pantallas de otras personas se volvieron más nítidas y brillantes, además de visibles desde una amplia variedad de perspectivas: recostadas sobre un escritorio, a un nivel bajo para echar un vistazo durante la cena, por lo alto para que un grupo alcance a ver y, por supuesto, en posición para espiar sobre el hombro de alguien, de camino al trabajo.

Las pantallas ajenas han cambiado el fenómeno del “espionaje sobre el hombro” (observar sobre el hombro de alguien, a menudo con malas intenciones) o así lo supuso un equipo de investigadores de la Universidad Ludwig Maximilian de Múnich, Alemania. El espionaje sobre el hombro es la razón por la que las contraseñas y las claves aparecen como puntos o asteriscos en las pantallas de las computadoras y los teléfonos. Sin embargo, la mayoría de la literatura al respecto se enfoca en la seguridad, una respuesta, quizá, a preguntas acerca de cómo resguardar nuestra información en una época anterior a las pantallas portátiles.

Hannah La Follette Ryan para The New York Times
Hannah La Follette Ryan para The New York Times

En un mundo en el que es prácticamente imposible ignorar las pantallas ajenas, no hubo “investigaciones detalladas acerca de incidentes relacionados con el espionaje sobre el hombro y sus consecuencias en el mundo real”, de acuerdo con lo que escribieron los investigadores en Múnich. Entonces difundieron una encuesta en la que formularon preguntas acerca de una situación hipotética en la que un personaje imaginario llamado “Vic” está observando el dispositivo móvil de otro personaje ficticio llamado “Cas”, pero Cas “no se da cuenta”.

Vic y Cas, quienes bien “podrían ser cualquiera de nosotros”, están representados por dos figuras de palitos para ayudar a los participantes a responder interrogantes como: “¿Conoces alguna situación **real** en la que haya ocurrido esto?” y “¿Qué es lo que Vic puede ver en la pantalla exactamente? (por ejemplo, texto, fotografías, contraseñas/números clave, mapas, videos, aplicaciones, juegos, etcétera)”.

Una página de la encuesta sobre el espionaje sobre el hombro, por investigadores en la Universidad Ludwig Maximilian en Múnich, Alemania

Las respuestas a la encuesta no revelaron la existencia de un mundo de ladrones y víctimas exactamente. En su análisis, los investigadores sugirieron que “el espionaje sobre el hombro era en su mayoría casual y oportunista”. Era “más común entre desconocidos, en el transporte público, durante tiempos de desplazamiento y en casi todos los casos involucraba un celular”, comentaron. Pocos participantes señalaron una mala intención al admitir haber actuado como Vic y espiar a Cas. “Sin embargo”, de acuerdo con los investigadores, “tanto los usuarios como los observadores, expresaron sentimientos negativos en la situación planteada, tales como vergüenza y enojo, o culpabilidad e intranquilidad”.

¿Qué veían los participantes en las pantallas ajenas? Aproximadamente la mitad respondió que veían texto. Las siguientes respuestas fueron fotografías, juegos y, luego —siguiendo la tradición del espionaje sobre el hombro— “códigos de acceso” o contraseñas, para ser más específicos. En concreto, esto fue lo que revelaron los teléfonos de otras personas, en orden de frecuencia: mensajería instantánea, Facebook, correo electrónico y noticias.

¿Qué observaban los participantes en las pantallas ajenas? En su mayoría, “relaciones / terceras personas”, pero después los intereses, pasatiempos y “planes”. ¿Por qué miraban las pantallas de los demás? “Curiosidad” y “aburrimiento” fueron las respuestas en primer lugar y ninguna otra opción se les acercó.

En realidad, a nadie le gusta la idea de que otras personas observen su pantalla. Cuando imaginaban que alguien los estaba observando, 37 de los participantes de la encuesta expresaron sentimientos negativos (que los espiaban, que los acosaban o se sentían molestos), y solo uno respondió haber tenido “sentimientos positivos” (y le pareció “divertido” que alguien estuviera observando).

Hannah La Follette Ryan para The New York Times

A otras personas tampoco les parece bien que les pregunten acerca de las pantallas ajenas, en mi experiencia, en parte porque saben lo que han visto y probablemente que no debieron haberlo hecho. (Los colegas periodistas parecen sentir menos preocupación al echar un vistazo a una pantalla en el metro o el autobús). Se trata de un fenómeno global, por supuesto, pero las historias abundan en Nueva York, la capital estadounidense de las pantallas ajenas. En el metro y en el autobús, las pantallas ajenas conviven con un grupo distinguido: anuncios, el piso, portadas de libros y (un amigo cercano) el contacto visual accidental.

Hasta hace poco, las pantallas ajenas en el metro eran vistazos a un archivo: había poco acceso al servicio de telefonía celular o wifi. Fue una época de menor interés en las pantallas ajenas; los años del juego Candy Crush, los de las aplicaciones de lectura, los del móvil como un libro o una revista y los del televisor miniatura. Las pantallas ajenas se encontraban con el legendario fin de las actualizaciones, al menos durante el trayecto bajo tierra.

Luego vino la señal y con ella todo lo demás. En 2018, las pantallas ajenas se actualizan de forma habitual y frenética.

Las pantallas ajenas son obras en proceso: son textos breves y tensos sin contexto, tecleados y borrados, y luego, para quienes viajan en subterráneo, enviados hasta llegar a la siguiente estación; son mensajes extraordinariamente largos, intercambios de una extensión que no sabía que fuera posible en un teléfono, de los que uno aleja la vista de manera instantánea y con vergüenza al ver la palabra “divorcio”; son autorretratos retocados y luego desechados; son un grupo aparentemente infinito de cadenas de mensajes llenos de afirmaciones religiosas; son correos electrónicos laborales con muchas conversaciones acerca de clientes, y el cliente, nuestro cliente, porque ahora el vagón es un lugar de trabajo, como la oficina, como la casa.

Las pantallas ajenas hacen recomendaciones… o algo así. No hay una conversación de “¿Te está gustando el libro?” con la pantalla ajena, solo pistas. Las pantallas ajenas proyectan más películas de acción de lo que podrías esperar y, en ocasiones, programas de televisión mucho más interesantes, incluso si no sabes de qué trata o cómo se llama. Las pantallas ajenas te hacen consciente de lo difícil que es buscar un juego en Google cuando la única manera en que puedes describirlo es como un rompecabezas muy bonito con muchos polígonos que deben relacionarse o conectarse. Las pantallas ajenas sugieren que las personas se envían mensajes de texto de formas extraordinariamente distintas, pero en su mayoría por WhatsApp. Otras personas pasan el tiempo tratando de decidir qué escuchar en su dispositivo.

Hannah La Follette Ryan para The New York Times
Hannah La Follette Ryan para The New York Times

Las pantallas ajenas tienen cámaras en la parte trasera y, así, en ocasiones se vuelven virales otras pantallas ajenas. Mejor aún, el año pasado alguien tomó una serie de fotografías de un hombre que miraba, evidentemente y con insistencia, pantallas de otras personas (algunas se dieron la vuelta y otras no). Las fotografías fueron retuiteadas más de 51.000 veces. Las pantallas, capturadas y publicadas a propósito, son una de las fuentes del contenido crudo que alimenta al internet comercial de la actualidad, de modo que ver las pantallas ajenas podría entenderse no solo como una invasión a la privacidad, sino también como una especie de robo. De cualquier modo, es mejor no mirar las pantallas ajenas, no sea que te pierdas la oportunidad de ver a todos los demás haciéndolo. (En un trayecto de media hora, en un vagón atestado: no menos de seis).

Las pantallas ajenas también podrían ser una aberración histórica breve. Los teléfonos ahora se desbloquean con el rostro de su dueño y, aparte, pueden saber si estás sonriendo en una fotografía; no nos sorprendería que pronto pudieran saber también cuando alguien está mirándolos en un vagón o en cualquier otro lado. Incluso, algún día podría parecer extraño, según algunos futuros posibles, que las pantallas ajenas aparecieron sobre las manos de las personas por un momento, que salieran al mundo exterior, en lugar de estar pegadas al cerebro o frente a los ojos de sus usuarios.

No obstante, por ahora las pantallas ajenas serán tan nuestras como las nuestras son de los demás, es decir: estarán por doquier y nos mostrarán lo suficiente para recordarnos que, en realidad, deberíamos de ocuparnos solo de nuestros propios asuntos.

La información es de: nytimes